lunes, 5 de enero de 2009

BANGKOK, CIUDAD MERCADILLO o cómo abrir una botella de gaseosa con la vagina


Bangkok es un mercadillo gigante que se extiende por toda la ciudad y alarga sus tentáculos lo mismo hasta las calles de putas que hasta las puertas de los palacios reales. Bangkok es además un paraíso para mochileros, en la cada vez más concurrida Khao San; o una Venecia de pega, con canales como venas gordas, sin otro encanto que el del bombeo de la vida misma. Todo ello bajo el mismo cielo de plomo ardiente, en una ciudad hormiguero poblada por 10 millones de ángeles y por algunos cientos de miles de turistas de todo pelaje: adictos a las compras de baratijas; parejas de recién casados en tránsito hacia Phuket o Bali; pervertidos sexuales; o simplemente curiosos que miran boquiabiertos a las chicas de los bares de estriptis, en Patpong llevarse un cigarro a sus labios (vaginales)…
La ciudad palpita a un ritmo infernal, a través de calles y avenidas surcadas por miles de motos, tuk-tuk (los triciclos motorizados) y taxis de todos los colores para los que el pellejo de los peatones tiene menos valor que el de una rata.
Ese tráfico salvaje se ve sólo levemente aligerado por los barcos que surcan el río Chao Phraya, la arteria de agua que recorre la ciudad. Una de sus ramificaciones nos lleva hasta Khao San , estación de paso en la que mochileros de todo el mundo establecen su base de operaciones o reponen fuerzas antes de continuar viaje hacia el Triángulo de Oro, Camboya, Laos... Aquí las habitaciones son baratas para quien no necesita más que una ducha y una cama donde dormir la mona de las noches alegres de este gueto farang (extranjero), con sus mañanas tristes, de ramoneo por restaurantes económicos y tenderetes de ropa hippi, pulseras, extensiones rastas... Hay incluso quien pasa por Bangkok sin abandonar Khao San, ni siquiera para visitar el cercano y deslumbrante palacio real, o la excitante Pat-Pong. Y es que esta calle ya no es lo que era. La zona golfa de Bangkok atrae hoy día a más visitantes por su mercado nocturno que por los bares de estriptis, las salas de masajes (que también podríamos llamar casas de putas) o los cabarets travestis. Cada tarde un ejército de operarios uniformados como un equipo de baloncesto levanta en el centro de la calle una caravana de tenderetes, de los que más tarde colgarán camisetas, relojes, cinturones... Resulta curioso, incluso algo esquizofrénico ver curiosear alrededor de ellos a parejas, turistas de avanzada edad, mientras, a un metro, en las puertas entreabiertas de los bares se ve contonearse a ¿chicas? en ropa interior, o los ganchos de las salas de sex-shows recitan su repetorio: ping-pong, banana, cigarrillo, cuchillas… Aunque también es cierto que muchos de estos turistas de apariencia respetable se dan un respiro en la maratón de compras viviendo una aventura canalla en alguno de los clubs del mítico Patpong.
En realidad los sex-show se han convertido en otra atracción turística más, casi inevitable para quien viaja a Bangkok. La peripecia se inicia así: el gancho en cuestión tima a los turistas o estos se dejan timar pactando un precio: el de la consumición (que en cualquier otro bar le costaría diez veces menos). Una vez en la sala, a la que se accede subiendo unas inquietantes escaleras, el espectador es acompañado hasta el borde de la barra americana por un camarero. Sobre ella —primera decepción— pululan dos o tres chicas sin ningún aspecto de lo que uno espera de unas acróbatas sexuales: desnudas pero en calcetines, gorditas…. Las chicas se lo toman con calma y con un oficio que tiene algo de industrial, más que de lúbrico. Manipulan entre sus piernas, se agachan y de repente ponen un huevo: una pelota de ping-pong que encestan en un vasito de agua; o se arriman unas botellas de gaseosa, se escucha un estallido y se ve salir volando su tapón… Sus vaginas perfectamente musculadas son capaces de cualquier cosa: fumar un cigarrillo, escupir una banana a dos o tres metros de distancia… El show despierta curiosidad, risa floja y también cierta tristeza, cuando uno comprende que todo eso no es más que la antesala de otro Bangkok, ese otro gran mercado de seres humanos al que ha intentado cerrar los ojos y que ahora, cuando ha apurado su cerveza y camina por un Patpong de nuevo desierto, en el que ya sólo quedan los esqueletos de los tenderetes, se personifica en la imagen de una de las chicas del sex-show: en cuclillas, con la cicatriz visible de una cesárea marcada en su vientre, y escribiendo con un rotulador, a golpes de pelvis, lo siguiente: ayuda a Tailandia.


Patxi Irurzun

4 comentarios:

Baco dijo...

El fino bisturí de la ironía que tan bien domina Patxi.
Gracias, compañero.

Jerahe dijo...

Buen lugar, el diseño es tan genial, el stylin' y el concepto me han enamorado

Saludes.

María Jesús Siva dijo...

Me he paseado a través de tus palabras por una Tailandia desconocida a como la venden en las agencias de viajes y en las guias turísticas. Este viaje ha sido bastante desolador y triste, es un recorrido que anula la vision paradisiaca de un mundo que solo habíamos imaginado de un color.Que nos deja, una vez más, con los pies en la tierra.
Saludos.

dioni blasco dijo...

cojonudo