domingo, 9 de noviembre de 2008

CUATRO MÁS UNO

La casa llena de gente testigo del delito. Como en un sueño, una persona más en cada escena. Y tú repitiéndote no le mires a la cara, ya sabes, si no... como imanes. Y sigues hablando, hay que seguir hablando, hay que componer cualquier cosa para evitar lo inevitable. Tienes tu orgullo, sigues luchando. A tu izquierda está la cama, a tu derecha está el mueble con cajones, a tu espalda, él. Igual de alto que tú, ahora parece sacarte una cabeza: tu cuello se ha hundido en tus hombros.

-Hay que arreglar todo esto, ordenarlo un poco -titubeas. Una intervención verosímil.

-¿Y qué pasa con nosotros? -dice él sin angustia ni urgencia, con toda seguridad de saberse de magnetita.

Seguir hablando de espaldas a él, tu única salvación, seguir dándole el mismo polo repelente. No puedes girarte o la atracción.

-Tú sabes lo que está pasando -insiste, pero sin presiones, ¡le parece tan obvio...! - Mírame, suéltalo ya de una vez.

No crees que pueda leer tu pensamiento, por eso dudas de lo que sabe. No puede saber que llevas cuatro meses creyéndoos imán y fuego. "Suéltalo ya", te ha dicho. Quizá lo sabe. Y son los cuatro meses, todos sus días, lo que te arrastran como en una riada, un brazo de agua inmenso te está empujando. No es amor, ni deseo, ni todas las imágenes del Cancionere, son cuatro meses represados y sus palabras-espita abierta. Te vuelves sin mirarle a la cara.

-Yo, no sé, yo, no, yo -. La atracción te ha llevado hasta su pecho.

Aprietas los dientes con rabia. Besos con puños y dientes cerrados.

La casa está llena de gente de la que esconderse. En tu cabeza hay también mucha gente a la que ocultar cosas. Pero eres egoísta aunque ahora pienses en ellos.

................................................................. oOo

-Y ahora seremos amigos -dices mientras le sigues besando sin saber por qué lo haces, porque no quieres, pero lo haces. Ahora estáis en la cama. Todo se superpone como un cuadro cubista. Él tiene un foco en los ojos amarillos. Te mira como un pájaro energúmeno de pupilas pequeñas.

-No creo -grazna suave -. Tú protegerás tu historia -habla como los profetas.

-Pero, por qué, pero, yo, no, yo -y le sigues besando aunque no quieres. Aunque-no-quieres es un motivo ahora, todo un tópico. Seguir-besando, no-querer. Es la magnetita, no te preocupes, ahora está debilitada por el contacto de los labios y ya no tiene cuatro meses de espera detrás.

Y el acecho del resto de habitantes que crea terror. Tú y él sobre la cama. Vestidos.

-Eres... mereces la pena, eres una chica que merece mucho la pena -te dice con cara morena.

-No puedo, ya lo sabes. No te prometí nada -dices digna. Dignidad y desesperación. Digna desesperación. Y le sigues besando y entonces el egoísmo es ahora con dos partes y tú en medio. No sabes lo que haces, quizá.

-Déjame una despedida -dice su voz que no es su voz ya.

-Claro -, porque tú siempre has sido muy complaciente.

Desabrocha tu camisa azul, que no recordabas tener, y ves su pelo negro en tu pecho. No notas nada así que tocas tu piel y el vello está de punta. En realidad, no lo tocas, lo ves de punta, por encima de su cabeza, ves ambas escenas, no una junto a otra: ves tu pecho, tu sujetador rosa ciclamen, tus poros hinchados, sus labios ocultos, su saliva. Lo ves todo. No sigue más abajo. Abajo, el término sexual por excelencia. Pero para en tu ombligo (intentas recordar si la imagen que veías se correspondía realmente con tu ombligo, pero todo va rápido y la escena cambia) Él para. Te conformas con eso. Él también, es un caballero. Y hay demasiada gente en la casa, por la ventana, en el baño. Tu habitación tiene todos los detalles: la lámpara verde, los pendientes sobre la mesa, la carpeta negra... Te habla de su madre mientras hacéis tiempo. Es un adiós, claro. Un adiós antes de saludarse.

-Eres una chica maja y prefiero dejarlo aquí -te dice -¿Te conformas con esto?

-¿Y tú? -contestas otra vez egoísta (es, en verdad, el motor de la acción del relato, ni los besos, ni la escena/no-escena... es el egoísmo) Y es egoísta porque tú impones necesariamente el adiós, eres tú la que no puedes, tú, no, tú.

-Eres una chica maja -y lo dice como respuesta, como negando a tu pregunta. No, no se conforma, pero -. La universidad del pretérito perfecto hará, como siempre, lo que le dé la gana.

-¿Qué? ¿Qué has dicho?

"... mantas, abrigos, cualquier cosa que..." El volumen de la radio-despertador está muy alto. Lo apagas alargando la mano de una sola vez, como si el brazo fuera un bloque de cemento sin articulaciones. Un sueño nítido de nuevo con frases creadoras de realidad con sólo pronunciarse. La universidad del pretérito perfecto, qué maravilloso. Es una ciudad, piensas, hay todo un país del pretérito. Y lo había dicho él, no tú.

Y... ¿cómo le vas a mirar hoy a la cara? A los cuatro meses, sumas un día.

Gloria Gil Romera

No hay comentarios: