martes, 20 de enero de 2009

CORTO COMO EL VESTIDO

El espectáculo debe continuar, esta sesión de circo es un saco remendado, opaco, pero que no encierra al agua.

El día que se murió nuestro gato de nosotros ya no quedaban mas que las despedidas, se cumplían ya tres años desde que nos dijimos definitivamente adiós, aquel día cada uno y con una distancia de 500km lloramos a nuestro gato, al hijo que no tuvimos y a lo poco que quedaba ya de “lo nuestro”.

Le llame para darle la mala noticia, el precioso gato-gris especial y valiente como lo hubiese sido nuestro hijo había muerto, de nuestras palabras no cayeron al suelo ni un solo lloro, quizás algo que no se atrevía a salir un adiós amargo, esta vez sí porque entre nosotros dos ya no quedaba nada vivo.

Colgamos con un hasta luego silencioso, yo puse una lavadora y tu decidiste ir a dar un paseo, no te puedo decir por donde... ya no conozco la ciudad por la caminas pero te puedo imaginar caminando, lento, mirando al suelo, juzgando tus pasos, con ruido en la cabeza, con paz en las manos, con un rizo perezoso en la frente, con un sol de agosto mezclado en tu castaño y los ojos entornados.
Mientras tú caminas yo escribo, siempre hemos sabido hacer los dos, justo lo que cada uno sabe y quiere hacer.

En tu casa te esperará tu novia y no entenderá tu melancolía, y para ti tanto desconcierto por su parte, será la nota de aviso en la nevera que necesitabas “ya no queda agua”

Entonces tú sonriente irás a un supermercado cualquiera a buscar un poco más de magia, pero esta se esconde porque no la venden. Pero le necesitas tanto que no te das cuenta.
Y tu novia no sabrá lo que ha pasado y no entenderá porque corres calle abajo desesperado buscando un 24horas, dispuesto a comprar lo que no se vende.

A tu regreso ella seguirá sentada viendo la tele, vagabundeando un zaping ligero entre risas y escarceos amorosos de famosos desconocidos, te sentaras a su lado, la miraras como quien contempla su ultima compra cara y no dirás nada, ella tampoco, aun no te ha visto.

Los días siguientes, los tuyos y los míos serán lentos y pesados. Pero no tendrá demasiada importancia porque tu y yo ya nos hemos acostumbrado eso, con el paso de los años nos hemos ido haciendo a la rutina de resistir largas noches de invierno mirando al techo y pensando como hubiese sido nuestra vida en cualquier lugar del mundo menos aquí.

A la semana siguiente ella en su sillón mirando la tele, ya te parecerá un poco más bonita y un poco más agradable su compañía y yo seguiré mirando a ese techo.

Un día pongamos martes, entraré en una tienda, no me miraré mucho al espejo, porque ya sabes que no me gusta verme fea cuando voy a comprar, caminare entre la gente y el ruido, con una mochila pesada al hombro, que será mucho mas pesada justo en la entrada de la tienda, todo porque ese día hará mucho frío, de eso estoy segura, y habré entrado a la tienda huyendo de unas manos congeladas y una cara partida por el viento, caminare por allí sin mucho que hacer mirando más los precios que las camisas, cuando de repente como si de una gran manzana roja se tratase me encontraré de bruces con un vestido. Un vestido brillante y rojo, salpicado de purpurina, un enorme vestido de fiesta.

En el espejo detrás de mí, mientras me miro con el vestido en las manos aparecerás tú sonriendo y ya no me importará nada, ni la tele, ni el sofá, ni ella, ni nuestro gato, ni las horas perdidas mirando un techo lacado, blanco en goteé, sonreiré todavía con el vestido sujeto entre mis manos y me devolverás la sonrisa.

Será perfecto porque para entonces ya tendrás otro nombre, otro sabor, otro olor.
No serás tú y eso era maravilloso.


Maria Casado Lafuente
http://www.fotolog.com/marie_claf

1 comentario:

dioni blasco dijo...

pero que muy bueno....me gusta.