sábado, 20 de junio de 2009

EL MANOSANTA



-Unquillo era otra cosa -dijo serio el Payo Ortiz -Antes la gente se saludaba, todos se conocían; ahora te empujan en la vereda y si te caes, te pisan…

Hacía tiempo que este hidalgo de Unquillo, este señor de la amistad, tomaba a sorbitos su Fernet servido en una pequeña copa de vidrio, tan pequeña como su esperanza.

Desde la mesa del bar, a un costado de la Municipalidad, el Payo observaba la larga avenida en espera del ómnibus que lo llevaría a Cabana.

-Ya no tengo con quién conversar -le confió a su amigo -Se acabó la elegancia, el buen decir. Todos hablan de plata, dicen palabrotas, andan con el celular en la mano develando intimidades en público sin importarles nada del prójimo… -¿Vas a tomar algo? -preguntó con ojitos vivarachos buscando conversación.

-Un cortado -contestó Ricardo Mirolo.

-Me ocurre una cosa curiosa. Tengo más de ochenta años y para mí el tiempo es valioso. No lo quiero perder con cualquiera -sentenció, haciéndole un homenaje a su amigo el pintor. Y continuó: -El otro día hice una lista de las personas con las que me interesa encontrarme cuando bajo al pueblo y me dio trabajo completar la docena. Antes, era distinto… Al que extraño mucho es al Ruso Papy. Una vez, estando en su casa, llegó un criollo con una yegüita maltrecha, embichada detrás de la verija. La herida no era muy grande pero los gusanos ya se hacían un festín. El hombre le preguntó al Ruso si era cierto que curaba de palabra. “Atelá bajo el algarrobo” le dijo sin mayores precisiones. “¿Tardará mucho Don Ruso?” “Habrá que ver”, contestó. “¿Qué le parece si compro unos churrascos y unos vinos mientras esperamos?”. “Me parece”, asintió. Y después que el paisano encaminó sus pasos hacia la carnicería del pueblo, el Ruso entró al galponcito donde tenía la fragua, tomó un cura bichero en aerosol y roció la herida del animal. A la hora llegó el hombre, comimos el asado y tomamos unos vinos. Al atardecer, cuando el criollo fue a buscar la yegüita, sus ojos no podían expresar mayor asombro: montoncitos de gusanos muertos se apilaban sobre el guano, bajo de las patas del animal. “¡Que lo parió! Es de no creer” dijo; y luego de dar muestras de admiración y respeto por el manosanta, al trotecito lento volvió a su rancho.






Texto by Tomás Juárez Beltrán http://secretosinsolentes.com.ar/

imagen by José Naveiras

1 comentario:

J.R.Infante dijo...

Me parece un texto muy fresco, de grandes dosis de humor y que refleja muy bien lo que debe ser la vida en determinados ambientes.
Saludos