martes, 1 de septiembre de 2009

SOCORRO (La casa de)

La herida es profusa, la sangre no cesa. La hemorragia empieza a ser preocupante. Ya no quedan suficientes trapos limpios. En condiciones, para hacer frente al inacabable flujo. Yo también empiezo a preocupar, y lo veo en el desconcierto de su rostro.
No es para menos, la pedrada ha sido certera.
Mi lengua busca las encías. No hay incisivos, y me da la sensación de que uno de los colmillos tampoco está.

-No te toques, estate tranquilo-. Dice mamá, mientras, presiona suave y decidida con un trozo de sábana.

No encuentra más trapos, este trozo pertenece a una de las del juego de su cama. En él hay un motivo de lo que parece ser una composición floreada. El roto de un pétalo.
Es de color fucsia.

-Venga. Cogemos un taxi, y cagando leches hacia la Casa de Socorro-. Dice, intranquila.

Está nerviosa. Lo afirmo. Muy nerviosa, pero no pierde la compostura. Aunque, me aprieta mis hinchados labios, y no se está dando cuenta.
Yo, sólo puedo gesticular.
Apenas tengo las suficientes fuerzas para evitar derramar alguna lágrima. Con toda mi alma aprieto los puños. En algún momento de debilidad suelto un esmirriado "ay".
He tragado mucha sangre, y no se me entiende bien.

El taxi ha sido rápido, pero mi madre más; en un plísplas estamos en el asiento trasero del vehículo.
El chofer gira la cabeza. Ve el panorama. No pregunta nuestro destino.
No hace falta. Es evidente. Pero para mi madre, ni el azar, ni las suposiciones existen y concreta al taxista.

-Vamos. Deprisa. A la Casa de Socorro.

-Estos chiquillos...- Dice el taxista con media mueca en su gesto; pero no ha terminado la otra media, y mucho menos continua con el resto de la frase, cuando la mirada letal de mi madre se clava en su espalda.

-Venga. Venga. Dése prisa.

La Casa de Socorro se atisba al fondo de la avenida; nuestra suerte sigue estando ausente, y aunque, la velocidad es la óptima para estos casos, el exceso de fauna mecanizada hace que la vía no sea fluida.
El taxista vocifera contra un mensaka que interrumpe nuestra prisa.
Yo sujeto el ensangrentado trapo con el pétalo que, hace dos rotondas y un semáforo ha dejado de ser fucsia, para pasar a ser algo parecido a una telilla seca de ketchup.
Mamá, con sus manos, evita que incorpore la cabeza; mientras, aprovecha el gesto para interrogarme.

-¿Tan importante son esas chicas, que tenéis que organizaros en comandos para apedrearos?

Mis humedecidos ojos buscan su mirada, que ahora también mata, pero algo menos.
No la encuentran.
No puedo hablar.

Unas de sus manos se suelta de mí, y aporrea el metacrilato que nos separa del conductor y su eterna lucha con el motorista.
Mi madre le grita "que se apresure".
Sólo le grita una vez, y hace un paréntesis. Después, soy yo el destino de las siguientes palabras.

-Ahora ya verás. Todos se reirán de ti. Estás hecho un Adán...

Sus cábalas han terminado. Ahora yo tengo las mías. También alguna certeza, y pienso, que aunque me cosan la boca, a mí nadie me llama hijo de puta, y pienso también, que en cuanto pueda hablar, no esperaré ni un puto segundo más para que ella me despeje todas las dudas.
TEXTO BY Gsús Bonilla
COLLAGE BY Jorge Galindo

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