sábado, 31 de octubre de 2009

EN EL CINE.


Te levantas. Te miras en el espejo. Ves tu cara. Te acuerdas de una tarde de verano. No recuerdas la película.
Los gritos e insultos hacían imposible escuchar los diálogos. Los ojos clavados en la pantalla.
Risotadas.
La bizquera provocaba una imagen que exaltaba a los niños salvajes que se encontraban a tu alrededor. Insultos bestiales. Carcajadas. Te acuerdas de los escupitajos, de los objetos que volaban por los aires, latas de Fanta vacías, cacahuetes…
¡Monstruo, feo, birollo hostia, me cago en la puta, qué feo es!
Risas, carcajadas enfermas.
Recuerdas el calor. El frío del sudor.
Procurabas de todos modos no perder detalle de la película. Pero no consigues recordar el título.
Recuerdas aquella tarde.
La oscuridad de la sala hacía que la luz de la pantalla reflejase con mayor crudeza la deformación y la fealdad. Poco a poco se iba calmando la multitud exaltada.
Silencio.
Pero a veces alguien repetía:
¡Feo, hostia!, y todos de nuevo volvían durante otros interminables minutos a gritar y a reírse.
Lo recuerdas, fue una tarde agobiante.
Recuerdas aquella tarde en concreto. No recuerdas la película.
Hoy, mirándote al espejo lo recuerdas con claridad. Ves tu cara, tu cara fea, horrible, pero no deforme.
Recuerdas las risotadas.
Tus risotadas. Insultabas y lanzabas latas vacías y escupitajos y te reías salvajemente, con carcajadas enfermas.
No sabes por qué hoy te acordaste.


Texto e Ilustración: Velpister





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