De niño, alguien le dijo que lo que uno cree se convierte automáticamente en su realidad. Se pasó meses enteros tratando de materializar todo tipo de fenómenos asombrosos. Pero claro, tan asombrosos le parecían que le costaba creer en ellos y en consecuencia, nunca se manifestaban. Ahora es un adulto de arraigadas creencias. Cada vez que un elefante rosa cruza por encima de su cabeza en vuelo rasante, recuerda con nostalgia aquellos años en los que trataba de materializar –qué ingenuo–, golondrinas surcando el cielo.
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