Lo corrió a pedradas calle abajo. No era un argumento de peso para achantarse el que aquel hombre le triplicase la edad. Sí era un obstáculo tener las piernas tan cortas para alcanzarlo y propinarle su merecido. La última piedra le acertó en plena coronilla. Las manos en la cabeza, gemidos, la sangre brotando, la sonrisa triunfal dibujada.Su hermana podía estar tranquila. Nadie volvería a abofetearla de un modo tan brutal por querer obligar un beso.
Olía a estofado. Las tripas se quejaron. Comería y satisfecho narraría la hazaña a todos. Oyó conversación en la salita. Su madre y un desconocido. Cayó en la cuenta. Lo peor no iba a ser quedarse sin estofado.
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