lunes, 24 de junio de 2013

Tarde de teatro, por Núria Rubio González

—¡Vaya horitas de llegar! ¿Se puede saber dónde habéis estado?
—Ya te lo dije, mamá, en el teatro.
—¿Solas?
—¡Pues claro! ¿Con quién íbamos a estar?
—Adela, que peino canas...

La mujer lanzó una mirada inquisitoria a su otra hija, a quien le faltó tiempo para sacar su lengua afilada a pasear.

—Nos encontramos allí con Pepe.
—Pepe, ¿qué Pepe?
—Pepe, el de la heladería “El Romano”, el que el año pasado anduvo saliendo con Angustias.
—¡Acabáramos! ¿Y estuvisteis los tres juntos toda la tarde?
—Al principio, sí. Luego, Pepe se levantó al baño y, al ratito, le siguió Adela. Y yo, como no quería estar sola, fui a su encuentro… Escuché unos ruidos extraños detrás de una puerta y llamé… Entonces salió Adela y, hecha una furia, me dijo unas cosas horribles, mamá, unas cosas horribles…
—¡Basta ya! No quiero oír nada más… ¡Angustias, Magdalena, Amelia, venid aquí ahora mismo!... Por muy verano que sea, se acabó eso de entrar y salir cuando se os antoje, ¿entendido?
—¿Y qué culpa tenemos nosotras de los enredos de estas dos? —preguntó airada Angustias.
—¡Silencio! Aquí se hará lo que yo ordene. No pienso dar de qué hablar a las vecinas. Seguro que ya están con la oreja pegada a los tabiques y el ojo cosido a las mirillas, ávidas de arrastrarnos por el fango. Buenas están si creen que van a encontrar algo con lo que saciar su maledicencia. Porque en esta casa no van a encontrar nada, ¿me oís? ¡Nada!... Nada que no sea el respeto que debéis a la memoria de vuestro padre y la más absoluta decencia.
—Oye, mamá —susurró una voz—. Entonces, ¿cuando Adela se suicide, tendremos que asegurar que ha muerto virgen y hundirnos en un mar de luto?
—¿Pero qué estás diciendo? No me seas teatrera.

Bernarda se dio media vuelta. “¡Jesús, qué martirio de niña! A saber de dónde habrá sacado semejantes ideas… Si ya lo decía mi difunto, esta criatura lee demasiado”.

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