Paré un segundo apenas. Para enjuagarme el sudor de la frente y, sin quererlo, sentir el viento entre los dedos húmedos, que me helaba los brazos ardientes por el sol. El hedor de los cadáveres se esparcía alegremente llevado en volandas por el viento que rodeaba mis miembros vivos. Eché una nueva palada de cal viva en la fosa, cubrí la cara de uno de los muertos, envuelto y aprisionado por decenas de otros cuerpos, humanos y no humanos.
....... Estaba seguro de que, antes o después, yo yacería en una de esas fosas. Otra en otro lugar y en otro tiempo, pero la misma. Con la misma carne desgajada de sus cuerpos originales, arrancada con violencia de la vida. Así, no me cabía ninguna duda, acabaría yo mis días. Y alguien similar a mí, sintiendo el viento helado en sus músculos calientes, echaría cal viva sobre mi boca abierta de muerte. Sentía ganas de correr, de correr lejos de aquel campo de fosas llenas de indiferencia. Correr y gritar; gritar hasta que se me deshiciera la garganta y me oyeran allí, al otro lado del mar. Que mi grito, aunque fuese a costa de desbaratar mis cuerdas vocales, llegara allí donde alguien lo entendiera. Y sin embargo, seguía echando cal con mi pala. Una y otra vez, junto a otros tantos como yo. Y los muertos y las fosas y la cal seguían llegando, más y más rápido. Como si fuéramos obreros de la muerte devolvíamos lo que es suyo a la tierra, mezclábamos polvo con polvo. Siempre la mirada en el suelo, en los propios pies, para evitar la vergüenza mutua de vernos empleados en aquella tarea: cavar, callar y tapar. Como única compañía, el susurro del viento, inmutable y cruel, en los oídos.
....... Me dijeron que me acostumbraría a la muerte, a su hedor. He aprendido a ignorar, a dejar de mirar y de oír. Cerrar mis sentidos a todo con el fin de aguantar un día más, con la mínima esperanza de no volverme loco. ¿Por qué? Por lo mismo que mi corazón y mi cuerpo siguen funcionando: por perseverancia, miedo, hábito. Sólo me queda seguir tapando cadáveres, seguir con la mirada baja y los sentidos cerrados al hedor. Con la esperanza lejana, casi imaginaria, pero esperanza al fin y al cabo, de que algún día, antes de ser muerte y cal viva, se levante mi voz y grite, finalmente grite y se esparza por el viento mi voz, persistente y tozuda viaje por la tierra antes de que una bala atraviese mi cerebro y caiga mi cuerpo sobre el polvo seco.
.......Mi única razón, pues, para seguir latiendo día a día, es atreverme a gritar. Tan simple y tan difícil como eso.
Pablo Matilla Gutiérrez
http://losritosdepaso.blogspot.com
....... Estaba seguro de que, antes o después, yo yacería en una de esas fosas. Otra en otro lugar y en otro tiempo, pero la misma. Con la misma carne desgajada de sus cuerpos originales, arrancada con violencia de la vida. Así, no me cabía ninguna duda, acabaría yo mis días. Y alguien similar a mí, sintiendo el viento helado en sus músculos calientes, echaría cal viva sobre mi boca abierta de muerte. Sentía ganas de correr, de correr lejos de aquel campo de fosas llenas de indiferencia. Correr y gritar; gritar hasta que se me deshiciera la garganta y me oyeran allí, al otro lado del mar. Que mi grito, aunque fuese a costa de desbaratar mis cuerdas vocales, llegara allí donde alguien lo entendiera. Y sin embargo, seguía echando cal con mi pala. Una y otra vez, junto a otros tantos como yo. Y los muertos y las fosas y la cal seguían llegando, más y más rápido. Como si fuéramos obreros de la muerte devolvíamos lo que es suyo a la tierra, mezclábamos polvo con polvo. Siempre la mirada en el suelo, en los propios pies, para evitar la vergüenza mutua de vernos empleados en aquella tarea: cavar, callar y tapar. Como única compañía, el susurro del viento, inmutable y cruel, en los oídos.
....... Me dijeron que me acostumbraría a la muerte, a su hedor. He aprendido a ignorar, a dejar de mirar y de oír. Cerrar mis sentidos a todo con el fin de aguantar un día más, con la mínima esperanza de no volverme loco. ¿Por qué? Por lo mismo que mi corazón y mi cuerpo siguen funcionando: por perseverancia, miedo, hábito. Sólo me queda seguir tapando cadáveres, seguir con la mirada baja y los sentidos cerrados al hedor. Con la esperanza lejana, casi imaginaria, pero esperanza al fin y al cabo, de que algún día, antes de ser muerte y cal viva, se levante mi voz y grite, finalmente grite y se esparza por el viento mi voz, persistente y tozuda viaje por la tierra antes de que una bala atraviese mi cerebro y caiga mi cuerpo sobre el polvo seco.
.......Mi única razón, pues, para seguir latiendo día a día, es atreverme a gritar. Tan simple y tan difícil como eso.
Pablo Matilla Gutiérrez
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1 comentario:
Poe, siempre Poe.
Él inició el cuento moderno.
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