No se arrepentía de haber dicho que sí, que ella lo quería, pero, sinceramente aquello era difícil de transportar. Bajaba las escaleras mecánicas del metro como con una amiga, las dos juntas, mirándose, charlando e incluso parecía que riendo, como recobrando una conversación de sobra conocida, muchas veces interrumpida y otras tantas reanudada, para ella era fantástico, no
comprendía la mirada absurda de estupor del joven de detrás.
comprendía la mirada absurda de estupor del joven de detrás.
Cuando iba a abandonar el gran almacén, al que había ido a curiosear después del trabajo, no pudo remediar que sus ojos se fuesen tras aquella figura de cartón, a todo color y de cuerpo entero de su gran ídolo, la folclórica de su devoción. No tuvo mas remedio que preguntar al señor de mono azul qué iban a hacer con aquello. El stand, era evidente, lo estaban desmantelando. Después de la promoción de su último disco debían dejar sitio libre para otros lanzamientos y otros futuro números uno.
El operario había sido el primero en mirarla con cara rara después de que con cierto tonillo le dijo que si lo quería, por él, podía llevárselo. La sorpresa vino cuando, sin contestar siquiera, ella agarró la foto de cuerpo entero, con el título del último disco grabado en letras doradas y se lo llevó por la puerta antes de que nadie pudiese cambiar de idea y se lo impidiese.
Así que, allí estaba, intentando entrar en el vagón del metro en la hora punta vespertina con un póster de cartón de metro setenta. La gente, no lo comprendía, la miraba y cuchicheaban entre sí, pero ella sabía bien qué se decían, todo era producto de la envidia. Afianzaría bien su tesoro porque estaba segura de que mas de una y mas de uno intentaría robárselo, pero no, no se lo quitarían, menuda se iba a poner su vecina, que se aguante, ya le rebozaba muchas veces por la cara que si su hijo tal, que su hija cual, una mentirosa, eso es lo que es.
Llevaba aquel trofeo y se lo enseñaría a su hija, bueno cuando viniese a verla, lástima que cada vez pasase mas tiempo sin ir por casa, desde que se había ido a vivir con aquel pelanas sólo volvía cuando quería algo, normalmente, dinero. Se lo enseñaría a su hijo, bueno, sólo eso, enseñárselo, porque aquel zángano nunca oía nada que no saliese de su mp3, ¡Dios!, si parecía que llevaba los cascos pegados a las orejas, le costaba trabajo decir cuando le había visto por última vez sin ellos y por lo tanto pudo tener una conversación con él.
Ah, pero a su Antonio sí le gustaría, seguro que sí, últimamente no le hacía mucho caso, pero es que debía tener muchas preocupaciones. Lo de prejubilarse trae muchos quebraderos de cabeza y en realidad ahora pasaba mas tiempo fuera de casa que cuando trabajaba.
Las estaciones pasaban y en los cristales, la negrura del túnel le devolvió una imagen grotesca. Agarrada a su folclórica, por un breve instante sintió pena de sí misma. Pero, !qué demonios¡, iba a quedar estupenda en el cuartito, hablaría con ella y le contaría sus cosas, por lo menos aquella foto parecía escucharle, no se largaría dejándola sola y siempre tendría dispuesta para regalarle una sonrisa y una cara amable.
Carlos Ollero Sánchez
www.amivera.es
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