jueves, 8 de enero de 2009

De cómo una gato acepta a una silla como amigo

Ella era huérfana. Descansaba con toda la desnudez de la que es capaz la madrugada sobre un contenedor en frente de casa. S. acababa de salir para ir a trabajar, eran horas tan tempranas que aún las esquinas de las casas permanecían y el resto del mundo parecía contener la respiración. A los diez segundos entró sin aviso diciendo: -Me he dejado el móvil, pero mira lo que traigo. Con ojos aún dormidos vi que traía entre manos a una futura recién adoptada. En cuanto la vi, me pareció preciosa y al momento supe que nos la quedaríamos. Ella llegaba sucia, sí, blanca como la nieve pero sucia y llena de otra arena, de otra tierra. Probablemente la abandonaron sus antiguos dueños porque no ya no servía para lo que fue creada, esto es, soportar la parte más ingrata del humano, su peso infame, su trasero, y si acaso, servir en alguna ocasión de objeto arrojadizo, ya que tiene alguna que otra herida abierta entre sus patas, y su sangre aún olía a madera recién partida. Todo esto le acortaba vida, sin duda. Así que en en cuanto la vimos, descubrimos en ella posibilidades resplandecientes. Una nueva vida. Se ha pasado toda la mañana mirando el pequeño jardín al que se asoma la casa, sujetando dos pequeños esquejes de poto que andan por algún rincón y conociendo de soslayo la mirada inquisitiva del gato P. Después de comer, S. se dispuso a lavarle la cara. Bueno, la lavé yo. Luego S. la pintaría con sus mejores ideas, que serían más adelante sus mejores galas. Y con todo ello, a adoptarla en esos gestos. Así que eso hizo. Se colocó una camiseta de tirantes y un pantalón que pudiera permitir ensuciarse y mientras yo leía al sol ensuciada también en un vaquero, ideaba nuevos mundos que plasmar en ese cuerpo aún tan blanco. De momento la bañó en leche, como Cleopatra bañaba su cuerpo, en leche de burra. Para conseguir el mismo fin que ésta, suavizar su piel, humectarla y alimentarla. Su blancura quema ahora cualquier retina y es tan regia como aquella antigua reina del Nilo. Esperaremos a que se seque al sol. Hay veces que S. despilfarra unos minutos mirándola como ideando qué revestimiento tendrá en sus manos. La quiere dibujar entera. Llenarla de mundos imaginarios, enredaderas que trepen por sus patas, animalillos como mariquitas trepándola de nuevo, y flores, muchas flores, y así porder darle otro sentido a su vida, otra finalidad donde si acaso no tenga que soportar tanto peso de alguien y pueda respirar mejor. Si acaso unas recién inauguradas plantas, sólo eso. Ya ha hecho amistad con el gato, parece que se aceptan. Qué bien, qué día más feliz cuando adopta algo o a alguien. Se nos pasó por la mente bautizarla, llamarla Calcetines, tiene sus cuatro patas manchadas de negro, como si en el viaje-peregrinaje hasta casa hubiera hundido sus patas en el fango para atravesar el río que nos la trajo. Otro compañero más para convivir en unos cuantos metros donde hay tanta vida... En la foto aún está sin pintar y ya parece que tiene autonomía propia. No me explico cómo se deshicieron de algo así. En fin, ahora está tranquila, sintiendo en sus cuatro tobillos los roces de un gato que la acepta sin rechistar.



Nuria Ruiz de Viñaspre
http://www.rasca-cielos.blogspot.com/


1 comentario:

Daniel Yanez-Gonzalez dijo...

¿Quién no s eha enamorado alguna vez de una silla? Claro, ¡la de ideas y malos momentos que tienen que soportan las pobres!

Excelente relato, Nuria.

Paz y más adopción de sillas,

Daniel.