MIRADAS
Por María Jesús Silva
Jacinto mira su reloj. Es la hora. Coge una cerveza de la nevera. Se dirige hacia la pequeña ventana del cuarto de estar. Desde allí divisa el parque que queda enfrente. Carla aparece por la esquina opuesta a la ventana y va directamente a los columpios que quedan delante del edificio.
Se sienta sobre el neumático convertido en silla y empieza a balancearse. Atrás y adelante, cada vez un poco más fuerte, cogiendo altura. Se suelta de una mano y quita la pinza que sujeta el pelo dejándolo caer sobre la espalda. Inclina hacia atrás la cabeza y la melena roza el neumático electrizándolo. Jacinto observa. Toma un sorbo de la lata de cerveza que mantiene encerrada en su mano, ni siquiera pestañea. Todo controlado, como siempre, como todos los días desde hace dos meses. Carla se eleva en el aire. Abre las piernas en un movimiento rápido. La falda se levanta por encima de su abdomen y deja ver las bragas blancas, muy blancas, un destello rápido que se clava en la retina de Jacinto. La falda vuelve a su sitio con la gravedad del viento cuando cede el impulso. Y otra vez sube y cae y sube y surgen flases albinos entre sus muslos que relampaguean a la velocidad del neumático. Carla siente calor, tiene las mejillas rojas. Se abre dos botones de su camisa descubriendo un escote largo, terso, inmovilizando unos senos que apuestan por escapar del encaje malva. Y el balanceo va perdiendo fuerza, la melena se va pegando a la espalda, la falda se adhiere a los muslos con la sutileza de un ave al plisar sus alas. Da un salto y se posa en el suelo. Su cuerpo retiene el vaivén del columpio, necesita cinco segundos para tomar conciencia de la tierra. Mira hacia la ventana, espera diez segundos, diez más, da un giro, coloca la pinza en el pelo, recoge su bolsa y se va. Jacinto sabe que ella sabe que le mira. Carla sabe que Jacinto le mira y espera. Carla coge el teléfono y lo retiene en su mano. Jacinto coge su teléfono y lo apaga. Va a la nevera a por otra cerveza. Se sienta frente a la ventana.
Por María Jesús Silva
Jacinto mira su reloj. Es la hora. Coge una cerveza de la nevera. Se dirige hacia la pequeña ventana del cuarto de estar. Desde allí divisa el parque que queda enfrente. Carla aparece por la esquina opuesta a la ventana y va directamente a los columpios que quedan delante del edificio.
Se sienta sobre el neumático convertido en silla y empieza a balancearse. Atrás y adelante, cada vez un poco más fuerte, cogiendo altura. Se suelta de una mano y quita la pinza que sujeta el pelo dejándolo caer sobre la espalda. Inclina hacia atrás la cabeza y la melena roza el neumático electrizándolo. Jacinto observa. Toma un sorbo de la lata de cerveza que mantiene encerrada en su mano, ni siquiera pestañea. Todo controlado, como siempre, como todos los días desde hace dos meses. Carla se eleva en el aire. Abre las piernas en un movimiento rápido. La falda se levanta por encima de su abdomen y deja ver las bragas blancas, muy blancas, un destello rápido que se clava en la retina de Jacinto. La falda vuelve a su sitio con la gravedad del viento cuando cede el impulso. Y otra vez sube y cae y sube y surgen flases albinos entre sus muslos que relampaguean a la velocidad del neumático. Carla siente calor, tiene las mejillas rojas. Se abre dos botones de su camisa descubriendo un escote largo, terso, inmovilizando unos senos que apuestan por escapar del encaje malva. Y el balanceo va perdiendo fuerza, la melena se va pegando a la espalda, la falda se adhiere a los muslos con la sutileza de un ave al plisar sus alas. Da un salto y se posa en el suelo. Su cuerpo retiene el vaivén del columpio, necesita cinco segundos para tomar conciencia de la tierra. Mira hacia la ventana, espera diez segundos, diez más, da un giro, coloca la pinza en el pelo, recoge su bolsa y se va. Jacinto sabe que ella sabe que le mira. Carla sabe que Jacinto le mira y espera. Carla coge el teléfono y lo retiene en su mano. Jacinto coge su teléfono y lo apaga. Va a la nevera a por otra cerveza. Se sienta frente a la ventana.
MARÍA JESÚS SILVA. Nací en Madrid. Sé muy poco de casi todo. Tengo infinitos defectos y cometo igualmente infinidad de errores. Me atraen los latidos y me apego a ellos con fuerza, me entristezco cuando ya no los siento. Me vuelvo frágil con la gente que me roza el alma. Adoro las palabras, escritas y habladas. Me conmueve especialmente la enfermedad, la violencia en cualquier sentido, el abandono, el dolor en todas sus formas. No me gusta la falta de respeto ni la intolerancia. Admiro la generosidad de las personas que lo dan todo a cambio de nada.
De pequeña volé, quizá por ello conservo la facilidad para elevarme dos centímetros por encima de la realidad, pero me quedó pendiente aprender a aterrizar y suelo estrellarme repetidas veces.
Blog: http://enbuscadeitaca-ada.blogspot.com/
ILUSTRACIÓN by MARCUS VERSUS,
5 comentarios:
Un cuento que una atmósfera contagiosa, Mª Jesús, con ese ritmo que convierte una historia ajena en propia.
Un abrazo súper.
Tiene algo, qué sé yo, que me atrapa este cuento.
Y un lujo la ilustración de Markus.
Me encanta la ilustración de Markus es una pasada, genial, cuando la vi alucine y creo que el cuento gana algo al tener una imagen como esta.
Mil gracias Markus, siempre a mi lado,vale?
Besos
Complicidad, erotismo, un juego secreto que se repite entre los protagonistas del cuento.
Uno de tus mejores relatos.
Un abrazo de Mos desde la ESFERA.
Ya conocía este cuento. Me gustó la primera vez y me ha regustado la segunda. Sensual, embriagador, brillante como esos flashes albinos. Un placer leerte, Ada, aunque me cuesta encontrar tus cosas.
Besos
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