domingo, 10 de mayo de 2009

ESTILOS DE VIDA


Sobre la arena, a lo largo de toda la playa, la huella de un pie se alterna con una pluma blanca. Pie, pluma, pie, pluma, pie, pluma...
Los pescadores abandonan sus aparejos y se acercan con la cinta métrica.
- Demasiado lejos –dicen.
- Es una zancada imposible –juzgan.
Irremediablemente han de vadear las plumas en el reguero sinuoso que ahora siguen carpinteros, pescadores, panaderos, hasta el alcalde en persona.
El pie es siempre el mismo, el izquierdo.
- No se hunde mucho en la arena –comentan.
- Unos cincuenta kilos –sentencia el alcalde.
- Tampoco es muy alto el sujeto, opinan.
- Gasta un treinta y nueve o cuarenta, como mucho mide un metro cincuenta y cinco –afirma el regidor.
Mientras avanzan, las olas lamen el dibujo de los dedos y antes de que desaparezcan, una anciana moja la punta de goma de su garrota y apretando la pluma la eleva hasta recogerla en su zurrón.

Se acercan al final de la playa, les espera el puerto marítimo, el club náutico, las gorras doradas y los trajes de feria, es otro mundo, sentencian.
La última huella se pierde en el mar. Los hombres forman un círculo mientras dialogan. Surgen teorías, opiniones, puntos de vista...
Nadie contempla a la vieja que a pesar de remangarse las faldas termina empapada, bautizada más allá de sus rodillas.
- ¡Me faltaba una!, grita con la cachaba en alto, mientras surge de las olas como una antiquísima sirena.
- ¡Me faltaba una!- repite mostrando la última pluma de su colección.
La ven traspasando esa línea invisible que divide el pueblo y el mundo. La anciana parece volar hacia el cementerio de yates. El alcalde, picado en su orgullo, toma una decisión y acelerando el paso, sigue a la loca mujer.
Los demás desfilan en procesión, tras su representante, recelosos pero autorizados por el mandatario que les sirve de ejemplo.
Al otro lado de unas cristaleras enormes que se deslizan solas y dejan paso franco a la comitiva, encuentran a la anciana platicando.
- Quiero un vodafone 351- la oyen decir, y enseguida entrega su amasijo de plumas.
Al volverse, la anciana contempla a ese grupo de pardillos que la miran con la boca abierta.
- ¿Qué sabréis vosotros sobre el marketing?, les dice.

Mientras se aleja, de regreso a casa, piensa que ya es hora del puchero y que hay que llamar a la hija.

texto by Miguel Ángel Martin

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