Nunca termino de acostumbrarme al sonido agudo del monitor que anuncia que la vida acabó. La línea delgada y horizontal revela un corazón plano después de cuarenta minutos de reanimación cardiopulmonar. Entonces comienza la retirada, se aparta el electrodo y el pitido se apaga. Se deshecha el tubo endotraqueal y la vena se coagula; la sangre ya es negra. Dentro del cuerpo todo es silencio: las células han dejado de regenerarse, las neuronas ya no transmiten, los riñones se necrosan, el hígado se hincha, la médula queda atrapada en el túnel protector... y la descomposición empieza a trabajar en una carrera loca y despiadada.
Hace unos minutos hablaba conmigo. Ahora no es nada, sólo un cuerpo cianótico, rígido, semi desnudo, de ojos vidriosos; nadie sabrá nunca lo que retienen sus pupilas.
La familia aparece, aturdida, ausente, no sabe qué hacer, dónde sentarse, hacia donde mirar; sólo espera. Primero el informe médico y algunos detalles de lo sucedido. Después la coordinación del equipo de trasplante, en este caso no es necesario: la causa de la muerte y los antecedentes del paciente invalidan los futuros órganos a donar. Ahora es el turno de la funeraria, ofrece sus mejores servicios: coche para el traslado, salas refrigeradas donde reposar las lágrimas con servicio de cafetería, ramos y coronas con bandas de raso. Todo cambia, para todos, en el curso de dos horas.
Mi turno termina. Me dirijo a los vestuarios con el pitido reventándome los tímpanos y el color morado instalado en mis ojos. Salgo a la calle, la primavera nos regala sus primeros abrazos de calor. Vuelvo a casa con una promesa de descanso. Al salir del parking un coche fúnebre me cede el paso. Arranco mientras conecto la radio.
Texto y fotografía: María Jesús Silva
Hace unos minutos hablaba conmigo. Ahora no es nada, sólo un cuerpo cianótico, rígido, semi desnudo, de ojos vidriosos; nadie sabrá nunca lo que retienen sus pupilas.
La familia aparece, aturdida, ausente, no sabe qué hacer, dónde sentarse, hacia donde mirar; sólo espera. Primero el informe médico y algunos detalles de lo sucedido. Después la coordinación del equipo de trasplante, en este caso no es necesario: la causa de la muerte y los antecedentes del paciente invalidan los futuros órganos a donar. Ahora es el turno de la funeraria, ofrece sus mejores servicios: coche para el traslado, salas refrigeradas donde reposar las lágrimas con servicio de cafetería, ramos y coronas con bandas de raso. Todo cambia, para todos, en el curso de dos horas.
Mi turno termina. Me dirijo a los vestuarios con el pitido reventándome los tímpanos y el color morado instalado en mis ojos. Salgo a la calle, la primavera nos regala sus primeros abrazos de calor. Vuelvo a casa con una promesa de descanso. Al salir del parking un coche fúnebre me cede el paso. Arranco mientras conecto la radio.
Texto y fotografía: María Jesús Silva
5 comentarios:
Debe ser tremendo ser un “mediador” entre la vida y la muerte. Imagino que uno nunca acaba de acostumbrase (menos mal) a ver como llega la muerte y se lleva la esencia que había encerrada en aquel cuerpo, que minutos antes nos hablaba.
Un micro impactante que nos acerca a ella (desde la distancia de un grueso cristal) y nos muestras los contrastes que hay entre ella y la vida cotidiana que sigue girando, que tiene que seguir en esta ley de vida.
Un beso.
Un relato tan real como descorazonador. Como salido del fin de los tiempos donde vivo.
Felicito a María Jesús
He perdido a seres muy queridos y cercanos y leer así, de esa manera tan exquisita y firme, que no te acostumbras al sonido del monitor que avisa que una vida ha terminado, me tranquiliza. Te lo digo de corazón: Es un alivio.
(La verdad: siempre imaginé todo lo contrario).
Me gusta tu forma de relatarlo.
Sigo leyéndote.
¡Saludos!
Me encanta este relato tuyo, desde el juego del título, hasta esa frase final que pinta de cotidianidad la tragedia. Ya te lo dije, pero me apetecía repetirlo para subrayarlo. Un beso grande.
¡Relatazo! Eres una maestra en utilizar el tono frío y distante para contar lo que de verdad a todos nos conmueve. Es un texto de autoayuda para muchos que hemos dejado de escuchar el pitido. Gracias.
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