Un muerto y 19 heridos en una colisión múltiple en Álava.
El incendio de un autobús ha provocado un choque en cadena en el que se ha visto implicada una quincena de vehículos
AGENCIAS - Madrid - 24/05/2007
Un autobús de la línea regular que une Pamplona y Vitoria sufrió esta mañana una avería sin consecuencias que, a la postre, provocaría un choque múltiple en el que se vieron implicado hasta una quincena de vehículos y que segó la vida de una persona y causó heridas a otras 19.
El conductor del autocar, de la empresa La Burundesa, ha contado a Radio Vitoria como, tras arrancar de la parada de Salvatierra e incorporarse a la Nacional I, sufrió un problema mecánico. El motor, del que salía mucho humo, terminó incendiándose. Los ocho pasajeros que llevaba, "habituales" de la línea, se bajaron del vehículo, que luego quedaría completamente calcinado.
El autocar en llamas obstaculizaba en parte el carril derecho de la carretera, que estaba cubierta además por una densa niebla. Fue entonces cuando el conductor comenzó a escuchar golpes por detrás. Entre el humo negro del incendio y la niebla, los coches que venían por la carretera se encontraron de bruces con el vehículo y frenaron en seco, provocando un choque en cadena, según ha indicado la policía.
En total, 19 personas han resultado heridas, tres de ellas graves, y una ha fallecido en este siniestro, que ha tenido lugar a las siete de la mañana en la localidad alavesa de San Millán, cerca del límite con Navarra, según la policía autonómica vasca. Entre los 15 vehículos implicados hay cuatro camiones y dos furgonetas, así como coches de la policía. Los heridos han sido trasladados a los hospitales vitorianos de Txagorritxu y Santiago.
La carretera sigue cortada en dirección a Francia, lo que ha provocado atascos kilométricos. De hecho, en esta cola se ha producido otro accidente, con cuatro vehículos implicados pero sin heridos de consideración. La policía ha habilitado un desvío por la carretera comarcal A -3100 desde Olaona, desde la que, pasando por la comarcal A-3188 se accede de nuevo a la N-I pasado ya el accidente.
RELATO:
Todos los días las mismas caras sentadas en los mismos asientos mirando las mismas puñeteras ventanas. Paisajitos verdes mojados por el agua, montañas que hacían babear a fotógrafos que no tenían ni idea de lo que era ver aquellos monumentos naturales día a día a día a día…
Tenía que haberme mudado a Vitoria, se decía en voz baja y a regañadientes, de haberlo hecho ahora no tendría que soportar al tipo ese calvo, el que siempre se sienta en el primer asiento, comentar que ayer el Liverpool jugó mejor y mereció la victoria, mientras el conductor, que es del athletic y se lo recuerda a todos todos los días, dice que el Milán es mejor equipo, con más oficio y no sé qué gaitas más. Tenía que haberme mudado a Vitoria, se volvió a decir, porque estoy hasta las pelotas de todo esto, de este autobús de caras rectilíneas y rutinarias, de tener que ir de una ciudad a otra y luego volver otra vez y así de lunes a viernes siempre, y algunos fines de semana.
Y toda esta mierda se solucionaría si hubiese cogido aquel piso que vio entonces, cuando tuvo que elegir entre la ciudad de su trabajo o la ciudad de su novia. “Dormiremos juntos todos los días, y no está tan lejos, y con un poco de esfuerzo todo saldrá bien y saldremos adelante”. Había dos chicas jóvenes que a diario iban, suponía, a la universidad, y por un momento pensó que tirarse a una de ellas sería una buena venganza personal, una especie de echarle las culpas a las consecuencias. Como otras mañanas, se puso a echar cuentas de todos los minutos de su vida perdidos en aquel asiento. Una hora tiene 60 minutos, empezaba el razonamiento, y yo llevaré aquí más de 100 horas, más de 200 tal vez. No sé, puede que incluso más. Y entonces le entraba como una rabia por dentro y deseaba, por su parte, que todo se fuese a la mierda. Empezaba a imaginarse playas enteras llenas de petróleo, y bosques ardiendo, y gente muriendo por todas partes. El cambio climático, pensó mirando a la lluvia, ojalá que estén en lo cierto y nos mande a tomar por culo, y toda esta gente y todos estos horarios huyan despavoridos pero vivos por una vez.
Cada vez se cabreaba más. Pensaba también en asesinos en serie y cómo podía entenderles desde ese asiento de ese autobús, cómo podía sentir esas ganas de matar y acabar con todo. Que ocurriese algo, lo que sea, aunque sea malo, muy malo, pero que por una vez ocurra, joder.
Y se encendió un cigarro. Lo hacía todos los días bajo el resguardo del último asiento y con todas esas caras ensimismadas apestando a rutina, mirando siempre a otro lado. Se encendió un cigarro y empezó a fumar y a respirar ese humo que era lo más parecido a la palabra reconfortante. Cuando creía que no podía más, se encendía ese cigarro y pasaba del mundo concentrándose solo en la próxima calada. Sólo en la próxima calada. Sólo esa. Y luego, después de expulsar nubes grises que se enredaban entre sus piernas, volvía a levantar la cabeza y mirar de nuevo el aburrimiento de aquel autobús.
Pero aquella vez aquella mujer le miraba. Y eso era algo. Imaginó que lo mismo se montaba un espectáculo en el autobús e incluso el conductor podría echarle, por fin, llamando a la policía o lo que fuese. Aquella mujer le miraba, aquella mujer que tendría unos 40, separada seguramente, con un crío mayor que ya pasa de madres, y un curro de mierda también limpiando portales o lo que fuera, quién sabe, a quién le importa, aquella mujer, de haber tenido nombre, se habría llamado Esperanza, se dijo, seguro. Y le seguía mirando mientras la cortinilla de humo subía por su jersey y hacía de prueba del delito. Entonces ella se levantó, y poco a poco, lentamente, se acercó hasta el último asiento y se sentó junto a él.
- ¿me das una calada? Por favor
Y a él le empezaron a temblar las manos porque ella le miraba a los ojos mientras cogía el cigarro. Le temblaban las manos y de golpe empezó a temblar todo y el autobús pegó un frenazo y el tipo calvo se cayó al suelo y el conductor comenzó a hablar por el altavoz diciendo que tenían que salir del bus, en orden y con cuidado, manteniendo la calma, despacio, y ella, que seguía con el cigarro, se levantó y bajó, y le miró como comprobando si él la seguía. Y claro que la seguía.
Abajo, los dos, se quedaron de pie junto a la carretera, mirando como ardía el motor primero, y después el autobús entero mientras ellos se pasaban el cigarro y soltaban humo, y los coches que venían detrás se estrellaban, y todo ardía entre la lluvia y las nubes negras, y ella entonces le cogió la mano y le dijo en voz baja
-Hace un día maravilloso.
Y él contuvo aquella vez, pero sólo aquella vez, las ganas de besarla.
Tenía que haberme mudado a Vitoria, se decía en voz baja y a regañadientes, de haberlo hecho ahora no tendría que soportar al tipo ese calvo, el que siempre se sienta en el primer asiento, comentar que ayer el Liverpool jugó mejor y mereció la victoria, mientras el conductor, que es del athletic y se lo recuerda a todos todos los días, dice que el Milán es mejor equipo, con más oficio y no sé qué gaitas más. Tenía que haberme mudado a Vitoria, se volvió a decir, porque estoy hasta las pelotas de todo esto, de este autobús de caras rectilíneas y rutinarias, de tener que ir de una ciudad a otra y luego volver otra vez y así de lunes a viernes siempre, y algunos fines de semana.
Y toda esta mierda se solucionaría si hubiese cogido aquel piso que vio entonces, cuando tuvo que elegir entre la ciudad de su trabajo o la ciudad de su novia. “Dormiremos juntos todos los días, y no está tan lejos, y con un poco de esfuerzo todo saldrá bien y saldremos adelante”. Había dos chicas jóvenes que a diario iban, suponía, a la universidad, y por un momento pensó que tirarse a una de ellas sería una buena venganza personal, una especie de echarle las culpas a las consecuencias. Como otras mañanas, se puso a echar cuentas de todos los minutos de su vida perdidos en aquel asiento. Una hora tiene 60 minutos, empezaba el razonamiento, y yo llevaré aquí más de 100 horas, más de 200 tal vez. No sé, puede que incluso más. Y entonces le entraba como una rabia por dentro y deseaba, por su parte, que todo se fuese a la mierda. Empezaba a imaginarse playas enteras llenas de petróleo, y bosques ardiendo, y gente muriendo por todas partes. El cambio climático, pensó mirando a la lluvia, ojalá que estén en lo cierto y nos mande a tomar por culo, y toda esta gente y todos estos horarios huyan despavoridos pero vivos por una vez.
Cada vez se cabreaba más. Pensaba también en asesinos en serie y cómo podía entenderles desde ese asiento de ese autobús, cómo podía sentir esas ganas de matar y acabar con todo. Que ocurriese algo, lo que sea, aunque sea malo, muy malo, pero que por una vez ocurra, joder.
Y se encendió un cigarro. Lo hacía todos los días bajo el resguardo del último asiento y con todas esas caras ensimismadas apestando a rutina, mirando siempre a otro lado. Se encendió un cigarro y empezó a fumar y a respirar ese humo que era lo más parecido a la palabra reconfortante. Cuando creía que no podía más, se encendía ese cigarro y pasaba del mundo concentrándose solo en la próxima calada. Sólo en la próxima calada. Sólo esa. Y luego, después de expulsar nubes grises que se enredaban entre sus piernas, volvía a levantar la cabeza y mirar de nuevo el aburrimiento de aquel autobús.
Pero aquella vez aquella mujer le miraba. Y eso era algo. Imaginó que lo mismo se montaba un espectáculo en el autobús e incluso el conductor podría echarle, por fin, llamando a la policía o lo que fuese. Aquella mujer le miraba, aquella mujer que tendría unos 40, separada seguramente, con un crío mayor que ya pasa de madres, y un curro de mierda también limpiando portales o lo que fuera, quién sabe, a quién le importa, aquella mujer, de haber tenido nombre, se habría llamado Esperanza, se dijo, seguro. Y le seguía mirando mientras la cortinilla de humo subía por su jersey y hacía de prueba del delito. Entonces ella se levantó, y poco a poco, lentamente, se acercó hasta el último asiento y se sentó junto a él.
- ¿me das una calada? Por favor
Y a él le empezaron a temblar las manos porque ella le miraba a los ojos mientras cogía el cigarro. Le temblaban las manos y de golpe empezó a temblar todo y el autobús pegó un frenazo y el tipo calvo se cayó al suelo y el conductor comenzó a hablar por el altavoz diciendo que tenían que salir del bus, en orden y con cuidado, manteniendo la calma, despacio, y ella, que seguía con el cigarro, se levantó y bajó, y le miró como comprobando si él la seguía. Y claro que la seguía.
Abajo, los dos, se quedaron de pie junto a la carretera, mirando como ardía el motor primero, y después el autobús entero mientras ellos se pasaban el cigarro y soltaban humo, y los coches que venían detrás se estrellaban, y todo ardía entre la lluvia y las nubes negras, y ella entonces le cogió la mano y le dijo en voz baja
-Hace un día maravilloso.
Y él contuvo aquella vez, pero sólo aquella vez, las ganas de besarla.
1 comentario:
No me gustan las ciudades pequeñas, ni los ritos rutinarios, ni tener que escuchar conversaciones insulsas.
Una vez sentí que me estaba ahogando en un autobús parecido donde te preguntaban: "se va a pear" que era lo único que me producía risa al principio.
Me mudé, me mude, y volví a mudarme...
Me ha gustado tu relato y el final me parece genial.
Un beso,
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