Mandy, mi querida Mandy, mi vida Mandy, mi porcelana, mía.... Miro las estrellas, añoro tu risa, te amo y puedo imaginarte sorprendida de verme después de tanto tiempo.
El turno de visita hoy acaba pronto; al cabo de un rato se escucha el ruido seco de las puertas de acero al cerrarse y yo te sigo amando unos tres o cuatro minutos más, con un amor acompasado y fuerte en mi mano derecha y entonces me corro. No tengo papel ni un trapo para limpiarme. Deberías estar a mi lado, Mandy; me limpiarías cálidamente. Claro, tú siempre sabes que hay que hacer. Pero no estás…
Tú estás fuera. En cualquier parte y yo aún sigo viéndote en la vieja caravana de tu tío Nelson ¿Sigues allí? ¿Te arrodillas también para él? Estás esperando la paga semanal con ansia y por pasta serías capaz de cualquier cosa. Puedo verte así, vuelta de espaldas, enjuagando los platos del desayuno, sólo que ahora una leve brisa te inquieta, te giras y, por fin, me ves…No se te acaba de pasar la sorpresa: Te cojo la cara sin dejarte reaccionar, puedo besarte y jadear sobre tu cuello y ver como tus ojos suplicantes me piden que no lo haga, “por favor”, te oigo decir, “por favor mi vida, no, no “ y un instante después dejas de latir entre mis brazos. En ese momento toda mi tensión se calma pero tú ya no puedes verlo, eres incapaz de sentirlo. Te estas desangrando sobre tu pecho adolescente, níveo y todo huele a sangre, mi niña Mandy. Yo no había pensado en el olor, pero todo huele a sangre y a humedad y a mierda. Sobre todo huele a mierda. La puta caravana de tu tío Nelson huele a mierda milenaria de gato. Tú vida últimamente huele orín de gato, a bacalao y a brevedad.
Es siempre igual. Siempre. Puedo imaginarte en mil lugares. Algunas veces yo entro, echo unas monedas, la cortina se descorre y bailas para mi. Yo te recuerdo rubia como el sol de primavera, suave, fresca, y te veo a la salida de la escuela elemental con tu pantalón vaquero y aquella camisa de cuadros con sabor a lavanda. Porque tu ropa sabía siempre a lavanda. Aún escuchas la cantinela, Mandy: “Amanda sabe a lavanda…”, y a besos de cualquiera…Yo recuerdo muy bien esa camisa, demasiado bien.... No consigo olvidar el día en que al toser reventaron los botones. Todos reímos Mandy, todos los niños de la primera a la última banca rieron y aquel negro callejero clavó su mirada en la ventana. Se pegó a la ventana, Mandy y por su sucia cara de negro caía el agua de las gotas de Abril, el agua oscura que el Señor nos envía para limpiarnos de los pecados, Mandy. Después nos quedamos con la boca abierta al ver que te derramabas, desbordada, hacia delante y tu voluntad cedía, sin más, sometida a la ley de la gravitación universal: la masa, el peso, la atracción fatídica de la fuerza de la gravedad, de la gravedad de ciertas cosas. Eso era muy grave: Mandy, muy grave. El reverendo te hubiera castigado con unos buenos azotes si te hubiese visto tan crecida y sin sujetador. Las chicas decentes no tientan a los jóvenes granjeros del sur, no se muestran a los negros como si no importase la ley de Dios. Eso sólo lo hacen las zorras y tú no eres una zorra o ¿tal vez si, Mandy? ¿Eres una zorrita caliente encerrada en la cabina de un sex shop? ¿Una zorrita que baila al abrigo de la lluvia y se pasa una boa de plumas por la entrepierna y se acaricia entera a cuatro patas, se relame y se contonea al ritmo de una música de mierda? Todo en tu vida es una puta mierda, Mandy. No me lo niegues
¿Qué estas haciendo ahora que me tienes lejos y encerrado? ¿Bailas por unas cuántas monedas tal y como yo te imagino? ¿Te desbordas en un garito oscuro? ¿Para otros? ¿Para quiénes? ¿Para cuántos? ¿También se lo haces a algún negro o algún poli? Así te dejan tranquila y no te preguntan más por mi o ¿prefieres hacértelo con algún seboso?
Dímelo Mandy, dime que sólo dejas que te toque yo. Ten piedad y dímelo. Llámalo caridad cristiana Mandy, tú siempre tan caritativa con todos menos conmigo. Pero yo te amo, te amo sin consuelo y después de desearte en soledad siempre puedo ver como dejas de latir entre mis brazos. Es inevitable. Me derramo en un hilo de humedad caliente y al rato ya no veo nada más…
Dicen que estoy mejor y que saldré pronto de este agujero, entonces iré a por ti. Te rescataré de los besos lascivos de miles de hombres, todos esos hombres a los que excitas detrás del mostrador de la heladería de la esquina. ¿Vainilla, nata chocolate? ¿Qué importa eso, Mandy? Ellos sueñan con derretirte bajo sus manazas ajadas por años de trigo y el terrible aburrimiento de las tartas de arándanos de sus esposas. Estás de suerte, Mandy. Yo entraré allí mientras tractores y camionetas pasan de vuelta a casa oliendo a heno, a rutina, a la espera del perdón de los pecados, de la bendición de los dones del Señor y el fin de los días. Yo te libraré de todos los males, Mandy. Te abrazaré de espaldas, te taparé los ojos con mis manos nerviosas y me escucharás decirte: “Te quiero, te quiero con pasión, te deseo como un hombre con un ardor erecto, desolado, firme…” Te palparé entera, morderé tus labios carnosos y violáceos. Sentiré como te resistes y será inútil. Un temblor de tierra nos abrasará, me abrasará pero no podré evitarlo, no tendré piedad de tus lágrimas. Me engañas con todos, con tantos, con cualquiera… Debo redimirte. Toda mi tensión se concentra en mis manos que rodean tu cuello y se esfuerzan en no dejarte marchar. Palideces, te agitas y al final dejas de latir entre mis brazos y yo te amo Mandy con delirio, con locura, con un amor de estrépito y trastorno que en cada ensoñación deja de sentir tu latido y al fin respira en paz y sosegado.
By Lola B.Gallardo, Nº1 Al Otro Lado del Espejo
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El turno de visita hoy acaba pronto; al cabo de un rato se escucha el ruido seco de las puertas de acero al cerrarse y yo te sigo amando unos tres o cuatro minutos más, con un amor acompasado y fuerte en mi mano derecha y entonces me corro. No tengo papel ni un trapo para limpiarme. Deberías estar a mi lado, Mandy; me limpiarías cálidamente. Claro, tú siempre sabes que hay que hacer. Pero no estás…
Tú estás fuera. En cualquier parte y yo aún sigo viéndote en la vieja caravana de tu tío Nelson ¿Sigues allí? ¿Te arrodillas también para él? Estás esperando la paga semanal con ansia y por pasta serías capaz de cualquier cosa. Puedo verte así, vuelta de espaldas, enjuagando los platos del desayuno, sólo que ahora una leve brisa te inquieta, te giras y, por fin, me ves…No se te acaba de pasar la sorpresa: Te cojo la cara sin dejarte reaccionar, puedo besarte y jadear sobre tu cuello y ver como tus ojos suplicantes me piden que no lo haga, “por favor”, te oigo decir, “por favor mi vida, no, no “ y un instante después dejas de latir entre mis brazos. En ese momento toda mi tensión se calma pero tú ya no puedes verlo, eres incapaz de sentirlo. Te estas desangrando sobre tu pecho adolescente, níveo y todo huele a sangre, mi niña Mandy. Yo no había pensado en el olor, pero todo huele a sangre y a humedad y a mierda. Sobre todo huele a mierda. La puta caravana de tu tío Nelson huele a mierda milenaria de gato. Tú vida últimamente huele orín de gato, a bacalao y a brevedad.
Es siempre igual. Siempre. Puedo imaginarte en mil lugares. Algunas veces yo entro, echo unas monedas, la cortina se descorre y bailas para mi. Yo te recuerdo rubia como el sol de primavera, suave, fresca, y te veo a la salida de la escuela elemental con tu pantalón vaquero y aquella camisa de cuadros con sabor a lavanda. Porque tu ropa sabía siempre a lavanda. Aún escuchas la cantinela, Mandy: “Amanda sabe a lavanda…”, y a besos de cualquiera…Yo recuerdo muy bien esa camisa, demasiado bien.... No consigo olvidar el día en que al toser reventaron los botones. Todos reímos Mandy, todos los niños de la primera a la última banca rieron y aquel negro callejero clavó su mirada en la ventana. Se pegó a la ventana, Mandy y por su sucia cara de negro caía el agua de las gotas de Abril, el agua oscura que el Señor nos envía para limpiarnos de los pecados, Mandy. Después nos quedamos con la boca abierta al ver que te derramabas, desbordada, hacia delante y tu voluntad cedía, sin más, sometida a la ley de la gravitación universal: la masa, el peso, la atracción fatídica de la fuerza de la gravedad, de la gravedad de ciertas cosas. Eso era muy grave: Mandy, muy grave. El reverendo te hubiera castigado con unos buenos azotes si te hubiese visto tan crecida y sin sujetador. Las chicas decentes no tientan a los jóvenes granjeros del sur, no se muestran a los negros como si no importase la ley de Dios. Eso sólo lo hacen las zorras y tú no eres una zorra o ¿tal vez si, Mandy? ¿Eres una zorrita caliente encerrada en la cabina de un sex shop? ¿Una zorrita que baila al abrigo de la lluvia y se pasa una boa de plumas por la entrepierna y se acaricia entera a cuatro patas, se relame y se contonea al ritmo de una música de mierda? Todo en tu vida es una puta mierda, Mandy. No me lo niegues
¿Qué estas haciendo ahora que me tienes lejos y encerrado? ¿Bailas por unas cuántas monedas tal y como yo te imagino? ¿Te desbordas en un garito oscuro? ¿Para otros? ¿Para quiénes? ¿Para cuántos? ¿También se lo haces a algún negro o algún poli? Así te dejan tranquila y no te preguntan más por mi o ¿prefieres hacértelo con algún seboso?
Dímelo Mandy, dime que sólo dejas que te toque yo. Ten piedad y dímelo. Llámalo caridad cristiana Mandy, tú siempre tan caritativa con todos menos conmigo. Pero yo te amo, te amo sin consuelo y después de desearte en soledad siempre puedo ver como dejas de latir entre mis brazos. Es inevitable. Me derramo en un hilo de humedad caliente y al rato ya no veo nada más…
Dicen que estoy mejor y que saldré pronto de este agujero, entonces iré a por ti. Te rescataré de los besos lascivos de miles de hombres, todos esos hombres a los que excitas detrás del mostrador de la heladería de la esquina. ¿Vainilla, nata chocolate? ¿Qué importa eso, Mandy? Ellos sueñan con derretirte bajo sus manazas ajadas por años de trigo y el terrible aburrimiento de las tartas de arándanos de sus esposas. Estás de suerte, Mandy. Yo entraré allí mientras tractores y camionetas pasan de vuelta a casa oliendo a heno, a rutina, a la espera del perdón de los pecados, de la bendición de los dones del Señor y el fin de los días. Yo te libraré de todos los males, Mandy. Te abrazaré de espaldas, te taparé los ojos con mis manos nerviosas y me escucharás decirte: “Te quiero, te quiero con pasión, te deseo como un hombre con un ardor erecto, desolado, firme…” Te palparé entera, morderé tus labios carnosos y violáceos. Sentiré como te resistes y será inútil. Un temblor de tierra nos abrasará, me abrasará pero no podré evitarlo, no tendré piedad de tus lágrimas. Me engañas con todos, con tantos, con cualquiera… Debo redimirte. Toda mi tensión se concentra en mis manos que rodean tu cuello y se esfuerzan en no dejarte marchar. Palideces, te agitas y al final dejas de latir entre mis brazos y yo te amo Mandy con delirio, con locura, con un amor de estrépito y trastorno que en cada ensoñación deja de sentir tu latido y al fin respira en paz y sosegado.
By Lola B.Gallardo, Nº1 Al Otro Lado del Espejo
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2 comentarios:
Soberbio relato!!
¡Qué buena es esta chica!
Una auténtica escritora de raza.
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