lunes, 5 de septiembre de 2011

Cómo abandonó el hotel


Yo trabajaba de ascensorista en el Hotel Empire, ese gran edificio de ladrillo de líneas blancas y rojas como el bacon, que está en la esquina de Bath Street. Había prestado servicio en el ejército y me había licenciado con honores por buena conducta, y de esta manera obtuve el empleo. El hotel era una gran compañía con un comité de dirección formado por oficiales retirados y gente por el estilo, caballeros con algo de dinero invertido en el negocio y nada más de que preocuparse, y mi último Coronel era uno de ellos. Era un hombre de tan buen carácter que no salía si estaba de mal humor, así que cuando le pedí trabajo me dijo, “Mole, eres el hombre idóneo para ocuparte del ascensor en nuestro gran hotel. Los soldados son educados y formales y gustan al público sólo por detrás de los marineros. Hemos tenido que despedir a nuestro último hombre, puedes ocupar su puesto”.

Me gustaba mi trabajo tanto como la paga y permanecí en el puesto durante un año, y aún seguiría allí si no fuera por una circunstancia... Pero no nos anticipemos. Nuestro ascensor era hidráulico. No una de esa cosas desvencijadas que se balancean como la jaula de un loro en el hueco de la escalera y a las que no confiaría mi cuello. Se movía tan suavemente como el aceite, hasta un niño podría haberlo manejado y era tan seguro como quedarse en tierra. En lugar de estar atestado de anuncios como un autobús, teníamos espejos y las señoras vestidas de fiesta podían mirarse y arreglarse el pelo y pintarse los labios mientras yo las bajaba. Era como un pequeño salón, con cojines de terciopelo rojo para sentarse; no había más que entrar y flotar hacia arriba o hacia abajo, ligero como un pájaro.

Todos los clientes utilizaban el ascensor alguna que otra vez para subir o bajar. Algunos de ellos eran franceses y llamaban al ascensor el “assenser”, que está bien en su idioma, no lo dudo, pero por qué los americanos, que hablan ingles cuando quieren y siempre están buscando la manera de hacer las cosas más rápido que los demás deberían gastar tiempo y aliento llamándolo “elevador” es algo que se me escapa.

Yo estaba a cargo del ascensor desde medio día hasta media noche. Sobre esa hora, la gente que había salida al teatro o a cenar ya estaba de vuelta y cualquiera que volviese después, que subiera andando, mi jornada había terminado. Uno de los porteros se ocupaba del ascensor hasta que yo entraba de servicio por la mañana , pero entre las doce y las dos no había mucho que hacer. Entonces empezaba el trabajo duro, con clientes subiendo y bajando constantemente y el timbre llamando de una planta a otra como si hubiera un incendio. A continuación venía un rato de calma durante la cena y podía sentarme cómodamente en el ascensor a leer el periódico, aunque sin fumar. No se podía fumar en el ascensor, iba contra las normas y tuve que pedir a más de un caballero extranjero que no lo hiciera. No tenía que hacerlo tan a menudo con los ingleses, no son como esos extranjeros que parecen llevar el puro pegado a la boca.

Siempre reconocía las caras de quienes entraban en el ascensor, tengo buena vista y buena memoria y ninguno de los clientes tenía que decirme dos veces a qué piso iba, Les conocía y me sabía su planta tan bien como ellos mismos.

Fue en Noviembre cuando el Coronel Saxby llegó al Hotel Empire. Me fije en él porque de un vistazo se adivinaba que era soldado. Era un hombre alto y delgado de unos cincuenta año, con nariz aguileña, ojos penetrantes y un bigote gris y caminaba rígidamente por una herida de bala en la rodilla. Pero en lo que más me fijé fue en la cicatriz de una herida de sable que le atravesaba el lado derecho de la cara. En cuanto entró en el ascensor para subir a su habitación en la cuarta plante pensé en la diferencia que hay entre los oficiales. El Coronel Saxby me recordaba un poste de telégrafo, por su altura y delgadez y mi viejo Coronel era como un barril con uniforme, pero al tiempo era un soldado valiente y un caballero. La habitación del Coronel Saxby era la 210, justo frente a la puerta de cristal que llevaba al ascensor y cada vez que paraba en la cuarta planta el número 210 aparecía ante mis narices. El Coronel solía subir en el ascensor a diario aunque nunca bajaba hasta que... pero me estoy anticipando. A veces, cuando iba él sólo en el ascensor, hablaba conmigo. Me preguntó en qué regimiento había servido y dijo que conocía a mis oficiales. Pero no puedo decir que fuese cómodo hablar con él. Había algo extraño en él y siempre parecía inmerso en sus pensamientos. Nunca se sentó en el ascensor. Ya estuviese vacío o repleto de gente, él permanecía en pie bajo la lámpara, donde la luz caía sobre su pálido rostro y la cicatriz de su mejilla.

Un día de Febrero no subí al Coronel en el ascensor, me fijé porque solía ser tan regular como el mecanismo de un reloj, pero supuse que se habría ido unos días fuera y no pensé más en ello. Cada vez que paraba en la cuarta planta la puerta 210 estaba cerrada y como él solía dejarla abierta me convencí de que el Coronel se había ido. A finales de semana oí a la camarera decir que el Coronel Saxby estaba enfermo, “así que” pensé “por eso no ha subido en el ascensor últimamente”.

Era martes por la noche y había tenido un día extraordinariamente ocupado, durante toda la tarde hubo un continuo tráfico arriba y abajo. Era la parada de medianoche y yo estaba a punto de apagar la luz del ascensor, cerrar la puerta y dejar la llave en la oficina para el empleado de la mañana cuando sonó el timbre claramente. Miré el disco y vi que llamaban del cuarto piso. Estaban dando las doce cuando entré en el ascensor. Según pasaba el segundo y el tercer piso me preguntaba quién llamaría tan tarde y pensé que sería un desconocido que no conocía las normas de la casa. Pero cuando paré en el cuarto piso y abrí de golpe las puertas, apareció el Coronel Saxby envuelto en un capote militar. La puerta de su habitación permanecía cerrada tras él, pude ver el número. Creía que estaba enfermo en cama y parecía bastante enfermo pero llevaba el sombrero puesto y ¿qué pretendía un hombre que ha estado diez días en cama, saliendo a medianoche en invierno? No creo que me viera pero cuando puse el ascensor en movimiento me fijé en él, en pie bajo la lámpara. Con la sombra del ala del sombrero ocultando sus ojos mientras la parte inferior de su cara aparecía totalmente iluminada, su rostro tenía una palidez mortal y la cicatriz aparecía aún más pálida.

“Me alegra ver que está mejor, señor”, le dije. Pero el no contesto y no quise volver a mirarle. Permaneció quieto como una estatua envuelto en su capote y yo me sentí aliviado cuando abrí la puesta del ascensor para que saliera al vestíbulo. Le saludé cuando salía y el pasó junto a mi y se dirigió a la puerta principal.

“El Coronel quiere salir”, le dije al portero, que le miró fijamente y le abrió la puerta. El Coronel Saxby salió fuera, entre la nieve.

“Esto es muy extraño!” dijo el portero.

“Lo es”, contesté. “No me gusta el aspecto del Coronel, no parece el mismo. Esta lo suficientemente enfermo como para estar en cama y ahí va, saliendo en una noche como esta”.

“De todas formas, lleva un buen capote para abrigarse. Digo, supongo que va a un baile de disfraces y se ha puesto el capote para ocultar su disfraz”, dijo el portero riendo nerviosamente, lo que nos hizo sentir tan incómodos que no sabíamos qué más decir. Y mientras hablábamos escuchamos un fuente timbrazo en la puerta.

“No más pasajeros para mi”, dije, y estaba apagando definitivamente la luz cuando Joe abrió la puerta y entraron dos caballeros que al instante supe que eran médicos. Uno era alto, el otro bajo y fornido y ambos se dirigieron al ascensor.

“Lo siento caballeros, va contra las normas utilizar el ascensor después de medianoche”.

“Tonterías!” dijo el caballero fornido “apenas han pasado las doce y se trata de un asunto de vida o muerte. Llévenos de una vez a la cuarta planta” y entraron en el ascensor como un tiro, así que subimos y cuando abrí la puerta se fueron derechos a la habitación 210. Una enfermera salió a recibirles y el médico fornido dijo “No ha empeorado, espero”.

Escuché la respuesta “Señor, el paciente murió hace cinco minutos”.

Aunque no era asunto mío, era más de lo que podía soportar así que seguí a los médicos hasta la puerta y dije: “Aquí hay un error, caballeros, bajé al Coronel en el ascensor cuando el reloj daba las doce y salió a la calle”.

El médico fornido dijo claramente “Un caso de confusión de identidad. Sería alguien a quien usted tomó por el Coronel”.

“Si me disculpan, caballeros, era el propio Coronel y el portero de noche que le ha abierto la puerta le conoce tan bien como yo. Iba vestido para una noche como esta, envuelto en su capote militar".

“Pase y véalo usted mismo”, dijo la enfermera.

Seguí al doctor al interior de la habitación y allí descansaba el Coronel Saxby tal como le había visto unos minutos antes. Allí estaba, muerto como sus antepasados, con el gran capote extendido sobre la cama para mantenerle templado aunque no pudiera volver a sentir frío ni calor. No pude dormir aquella noche. Me senté junto a Joe, esperando a escuchar en cualquier momento al Coronel llamando al timbre de la puerta principal. Al día siguiente, cada vez que sonaba, claro y repentino, el timbre del ascensor, me ponía a sudar y temblar. Me sentía tan mal como la primera vez que entré en combate. Joe y yo contamos todo al gerente y él nos dijo que lo habríamos soñado, pero dijo “Procuren no hablar de esto o el hotel se vacía en una semana”.

El ataúd del coronel llegó a escondidas al hotel la noche siguiente. El gerente y yo, junto a los hombres de la funeraria lo metimos en el ascensor y ocupó todo el espacio, sin dejar ni una pulgada libre. Lo llevaron a la habitación 210 y mientras yo esperaba que salieran de nuevo me invadió la inquietud. Entonces la puerta se abrió suavemente y cuatro hombres sacaron el largo ataúd al pasillo y lo dejaron en el suelo, con los pies apuntando a la puerta del ascensor. El gerente me buscaba con la mirada.

“No puedo hacerlo, señor” dije “No puedo bajar al Coronel otra vez, le bajé ayer a medianoche y eso fue suficiente para mi”.

“¡Métanlo dentro!” dijo el gerente en tono cortante, y metieron el ataúd en el ascensor sin un solo ruido. El gerente entró el último y antes de cerrar la puerta dijo “Mole, me temo que has trabajado en este ascensor por última vez”. Y era cierto, pues no habría podido quedarme en el Hotel Empire después de lo que había ocurrido ni aunque me doblasen el sueldo, así que el portero de noche y yo nos fuimos juntos.


Traducción: © Mayte Sánchez Sempere 2011
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