miércoles, 28 de septiembre de 2011

El futbolista - Lorenzo Garrido

Eduardo Castaño fue fichado por un club de primera división a la edad de trece años. A los diecisiete ya formaba parte del equipo de los grandes. Después de una carrera meteorítica, se había aupado en el puesto de delantero, donde pronto destacó por su facilidad en el regate y su acierto a la hora de introducir el esférico dentro de la portería. Era, además, generoso con sus compañeros, no tenía reparos en soltar la pelota cuando ello convenía a los intereses del equipo.

Una tarde espectacular en que hubo goleada, el presidente lo mandó llamar a su despacho. El jugador salió pronto de la ducha, se vistió y se arregló y fue al encuentro de su jefe a través de los secretos pasillos del estadio.

–Enhorabuena –saludó el presidente en cuanto lo vio venir–; muchacho, el gol de cabeza que has marcado entrará en los anales del fútbol.

–Gracias –dijo, sonriente, Eduardo.

–Siéntate, tengo que hablar contigo.

El chico tomaba asiento, mientras que el hombre, ya maduro y con papada, se quitaba el puro de la boca.

–¿Qué tal va todo?

–Muy bien. Espero que esta racha goleadora continúe, por el bien del equipo...

–Eso esperamos todos, que dure la buena racha hasta el final de la temporada y que podamos hacernos con el trofeo de la liga. Oye, yo quería preguntarte algo: ¿cuánto ganas al mes sin contar con las recetas publicitarias?

Hizo la pregunta con el rostro serio, clavando la mirada en el jugador. Este se mostró sorprendido. Pero al fin contestó:

–Diez mil euros, si las cuentas no me fallan. Pero eso usted debe de saberlo mejor que yo.

–Bonita suma, en la que no has incluido los extras de la publicidad y otras cosillas que te reportarán un buen pellizco –el jefe sonrió–. Eduardo, a ti no te falta de nada; a estas alturas, eres afortunado. Entonces... ¿Por qué me cuentan que no vistes decentemente, en fin, que no vistes como le corresponde a una persona de tu categoría? ¿Y por qué me cuentan que aún no has cambiado de piso, que sigues alojado en un tercero de aquel inmueble del barrio de Vallecas? Para colmo de sorpresas, me entero de que en lugar de lucir un bonito modelo de coche deportivo, un lujoso rolex, un buen par de zapatillas hechas a tu medida, sigues pidiendo a tus amigos que te lleven a todas partes porque tú no dispones de vehículo propio, y no quieres ni oír hablar de comprar esto o lo otro que cueste más de cien euros. No lo entiendo. ¿Qué te falta, amigo Eduardo? ¿Por qué esa actitud tan rácana? ¿Hay deudas ocultas? ¿Te entrampaste una noche en el casino y ahora no sabes cómo salir del atolladero?

–No ocurre nada de eso, señor Lozano –replicó el joven delantero–; lo único que pasa es que estoy muy bien en mi vivienda de Vallecas, no veo la necesidad de cambiar de aires. En cuanto a los coches, no me llaman la atención. Su carrocería no me atrae; su poderío, menos aún; de hecho, ni siquiera me he sacado el carnet de conducir.

El presidente de la entidad puso hosco semblante; estrelló contra el cenicero su habano; y dijo con leve rechinar de dientes:

–Tus gustos no intervienen para nada en este tema. ¿No entiendes que eres para muchos chavales de este país, y del mundo entero, una referencia, un modelo que imitar? Pues sí, eres un espejo donde se mira la moderna juventud. Si tu actuación fuera del campo descuida los hábitos comerciales, el apego a la imagen, la afición a los vehículos, la búsqueda afanosa de una estampa que suscite la envidia, dime, ¿qué pensarán las marcas que nos promocionan y compran los derechos de imagen de nuestros jugadores? Si todo el mundo hiciera lo que tú... ¡adiós al crecimiento económico! A ti no se te permite «obviar las modas», tu estatuto social te lo prohíbe.

Eduardo Castaño agachó la cabeza, no se le ocurría qué replicar.

Al día siguiente, contactó con su abogado para pedirle que buscase un representante que se encargara de colocar su dinero (el del futbolista, se entiende) en asociaciones caritativas y humanitarias. Al poco tiempo, la mayor parte del sueldo del jugador iba a parar a las ONG repartidas por todo el mundo, en su lucha a veces estéril contra el hambre y la pobreza. El presidente Lozano tuvo noticia de estas nuevas «locuras» de su pupilo y estrelló, furioso, el habano contra el cenicero. Este chico metía muchos goles a los equipos contrarios; pero se había convertido en un contrapeso que perjudicaba a la «buena» imagen del club. Recibió una llamada del señor X [tipo de personaje que siempre aparece en los negocios donde se manejan grandes cantidades] y tras un rato de conversación quedó acordado lo que habían de hacer. Se realizaron las oportunas llamadas.

A las dos semanas, en un encuentro fortuito con otro jugador, Eduardo Castaño sufrió una aparatosa lesión en la rodilla derecha, la cual lo dejó inhabilitado de por vida para la práctica del fútbol. Y así fue cómo concluyó la deslumbrante carrera de un deportista único en todos los sentidos.


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2 comentarios:

J.R.Infante dijo...

Me ha parecido un relato muy bueno, con tintes de gran actualidad -el fútbol siempre lo está- y que pone en evidencia valores morales en franca decadencia.
Felicidades

Lorenzo Garrido dijo...

Muchas gracias. No abundan los comentarios a mi obra, así que le estoy doblemente agradecido.