Han transcurrido cuatro meses.
Magno de Kimi está en su cámara.
Vedlo sentado, con los codos apoyados en una mesa, con la frente caída sobre las calenturientas manos, y fijos los ojos en objetos que parece querer grabar en lo más recóndito de su alma, según la fuerza de atención con que los mira.
Aquellos objetos son una carta y un retrato.
Representa el retrato a un hermosísimo joven vestido con el lujoso traje español del reinado de Felipe V. Sus cabellos, negros como el ébano, sombrean un bello rostro moreno y descolorido; sus ojos, más negros aún, brillan como azabache entre las obscuras y largas pestañas. Una sedosa línea de bozo cubre su labio superior, graciosamente dibujado bajo clásica nariz caucasiana.
En cuanto a la carta, decía así:
«Al jarl Magno de Kimi, su siervo Estanislao.
»Señor: ¡Venid! ¡Venid a Cristianía! ¡Habéis perdido su amor!... ¡Salvad la honra! La jarlesa Fœdora os es infiel. Hay en esta corte, desde pocos días después de vuestra marcha un joven extranjero, embajador y marino, bello como el Ángel de las tinieblas, el cual os ha robado el corazón de vuestra esposa. Miradas y suspiros, palabras y sonrisas, todo revela la criminal pasión de los dos traidores. Yo he sido arrojado de la casa como un perro, pero como un perro fiel a su señor. ¡Venid os digo!...
»El asesino de vuestra dicha es español. -Tiene los ojos negros como la noche, y negra la cabellera como las alas del cuervo que cae sobre los cadáveres. -Es noble y poderoso, y se llama D. Alfonso de Haro. -Venid, y contad con el brazo de vuestro siervo,
»ESTANISLAO.»
Mucho tiempo permaneció Magno de Kimi contemplando aquel retrato y aquella carta.
Levantóse al fin, miró un reloj que señalaba las doce, y dijo:
-Han pasado veinticuatro horas de noche, y empieza otro día de tinieblas... Estamos a 22 de Diciembre. Dentro de sesenta días nacerá el acusador de Fœdora. Su mirada de luto, su primera mirada, dará la señal de la muerte de la esposa infiel, que ya no podrá negarme la consumación de mi deshonra. ¡No dirá entonces, como cuando hallé aquí, entre sus alhajas, el retrato del infame español, «que don Alfonso de Haro sólo había sido su amigo»! Llegará luego el 20 de Abril; se deshelará el Océano; me daré a la vela en el Thor; buscaré al través de todos los mares del Universo al asesino de mi ventura... y morirá. ¡Morirá, aunque sea Lucifer en persona!
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