lunes, 26 de marzo de 2012

El hombre y el roble


Había una vez una pareja Sioux que tenía dos hijos, un muchacho y una muchacha. Cada otoño la familia se trasladaba desde el campamento principal  y se instalaba para pasar el invierno en un claro del bosque algo alejado del pueblo principal. Hacían esto porque él era un gran cazador y durante el invierno en las proximidades del pueblo la caza solía ser muy escasa. Por eso siempre acampaba sólo, para tener caza abundante cerca de su campamento.

Durante todo el verano había seguido a la tribu allá donde quisieran ir. Durante sus viajes ese año en particular había llegado al pueblo una muchacha extraña que no tenía allí ningún familiar. Nadie parecía querer que formase parte de su familia, así que la hija del gran cazador, apiadándose de la pobre muchacha la llevó con ella a su casa. La adoptó como hermana y sus padres, por amor a su hija, la adoptaron como hija.

La extraña muchacha se enamoró desesperadamente del joven hijo de la familia, pero habiendo sido adoptada como hija por sus padres no podía mostrar abiertamente sus sentimientos, pues el muchacho era como su hermano.

En el otoño, cuando el pueblo principal instaló sus cuarteles de invierno en una amplia franja del bosque, el cazador se traslado a otro lugar a dos días de viaje del campamento de invierno, donde otros cazadores no le molestasen.

El muchacho tenía una tienda para él solo y su hermana la mantenía siempre limpia y ordenada, pues estaba muy unida a él. Tras un largo día de caza en los bosques el entraba en su tienda y se tumbaba a descansar y cuando la cena estaba lista su hermana decía “Mi hermano está muy cansado. Le llevaré la cena”. Su amiga, a la que había adoptado como hermana, nunca entraba en la tienda del muchacho.

Cuando se acercaba la primavera, una noche entró en la tienda del muchacho una mujer. Se sentó junto a la puerta y cubrió su rostro, de manera que este quedaba oculto a la vista. Permaneció así largo rato y finalmente se levantó y se fue. El muchacho no podía imaginar quien era. Sabía que había una gran distancia hasta el pueblo y no tenía idea de donde podría venir la mujer. A la noche siguiente la mujer entró de nuevo y esta vez se acercó un poco más al lugar donde dormía el muchacho. Se sentó y volvió a cubrir su rostro. No dijo ni una palabra. Permaneció sentada largo rato y después se levantó y se fue. El muchacho estaba confuso con el comportamiento de la mujer y decidió que en la próxima visita averiguaría quién era.

Encendió un pequeño fuego en su tienda y puso sobre él madera de cedro, de forma que el fuego durase más, ya que el cedro arde lentamente y mantiene el fuego encendido durante más tiempo.

La tercera noche la mujer volvió a la tienda y se sentó aún más cerca de la cama. Se tapó con su manto y sólo dejó abierto un pequeño hueco y él cogiendo una brasa del fuego se la acercó a la cara; ella se levantó de un salto y salió a toda prisa de la tienda. A la mañana siguiente él se dio cuenta de que su hermana adoptiva se tapaba la cara con el manto. Al servir la sopa se le escurrió un poco el manto y entonces el muchacho pudo ver en su mejilla una gran quemadura.

El muchacho se sintió tan mal por lo que había hecho que no pudo desayunar sino que salió a tumbarse bajo un roble. Durante todo el día se quedó allí  contemplando el árbol y cuando le llamaron a cenar rehusó diciendo que no tenía apetito y para que no le molestasen les dijo que en seguida se levantaba de allí y se iba a dormir. Bien entrada la noche, seguía allí tumbado y cuando intentó levantarse no pudo, pues un pequeño roble había crecido en el centro de su cuerpo y le mantenía firmemente sujeto al suelo.

Por la mañana cuando la familia se levantó se encontraron con que la muchacha había desaparecido y al salir la hija descubrió a su hermano firmemente pegado a la tierra por un roble que había crecido muy rápidamente. De nada sirvieron las medicinas que enviaron los hombres de la tribu. Sus mejores medicinas no valían. Dijeron: “Si se tala el árbol, el muchacho morirá”.

La hermana estaba loca de pena y extendiendo las manos hacia el sol suplicaba: "Gran Espíritu, ayuda a mi pobre hermano. Me casaré con aquel que le rescate, sea joven, viejo, feo o deforme".

Varios días después del contratiempo, llegó a la tienda un hombre muy alto rodeado por un haz de luz. "¿Dónde está la muchacha que prometió casarse con aquel que rescatase a su hermano?"
"Soy yo" dijo la hermana del muchacho.
"Soy el todopoderoso Trueno y Relámpago. Veo todas las cosas y puedo matar de un solo golpe a toda una tribu. Cuando hago oír mi voz, las rocas se resquebrajan y ruedan colina abajo. Los más valientes guerreros se encogen y estremecen de miedo y corren a esconderse ante el sonido de mi voz. La muchacha que adoptaste como hermana era una hechicera. Ella embrujó a tu hermano porque él no permitió que ella le enamorase. Cuando venía hacia aquí la encontré viajando hacia el oeste y sabiendo lo que había hecho la golpeé con una de mis espadas de fuego y ahora yace convertida en un montón de ceniza. Ahora, rescataré a tu hermano".

Y diciendo esto puso su mano sobre el árbol que inmediatamente quedó reducido a cenizas. El muchacho se levantó y dio las gracias a su salvador.

Entonces vieron una gran nube negra que se acercaba y el hombre dijo “Prepárate, iremos a casa sobre esa nube”.  La nube se aproximaba al hombre que permanecía junto a su prometida; de pronto bajó y los envolvió y con un gran ruido y entre destellos de luz y fuertes truenos la muchacha ascendió y desapareció en el oeste con su marido Trueno y Relámpago.



MYTHS AND LEGENDS OF THE SIOUX - 1913
Marie L. Mclaughlin, autora norteamericana con un cuarto de sangre Sioux, como explica en el prólogo del libro, recogió una serie de historias de boca de los ancianos de las reservas en las que se crió hasta los 14 años. “The stories contained in this little volume were told me by the older men and women of the Sioux, of which I made careful notes as related, knowing that, if not recorded, these fairy tales would be lost to posterity by the passing of the primitive Indian.”

Traducción: Mayte Sánchez Sempere

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1 comentario:

David Moreno dijo...

Me gustó este cuentecito y me lo guardo en mi biblioteca. Gracias por traerlo.

Un saludo indio
Mitakuye oyasin