Una vez cumplida la misión encomendada, Max Brod perdió la paz y atormentado por la culpa no dejaba de revivir la imagen del fuego devorando cada página hasta el último manuscrito de su amigo muerto.
Por eso, como expiación, no tuvo reparos en tomar sus propias cartas, sus cuentos y novelas a medio escribir y publicarlos con el nombre del difunto.
Germán Hernández
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