Han dejado de incomodarme la condescendencia, el trato preferente y todas esas miradas de compasión de las que soy objeto. He decidido aceptarme y aprovechar la nueva perspectiva que me brinda la silla de ruedas para observar el mundo que me rodea. Por extraño que parezca, es como si lo estuviera contemplando todo por vez primera. A lo largo de aquellos años borrosos que dediqué a transportar fruta, catorce horas diarias, nunca tuve tiempo para detenerme a mirar nada, hasta que me quedé dormido al volante.
La realidad que estoy descubriendo me llena de tristeza. La mayoría de la gente no parece disfrutar de la vida. Pasan de largo por ella a una velocidad en la que es imposible apreciar nada. Como yo en mi camión. Tienen piernas pero no disponen de tiempo, y sus zancadas les llevan cada día al más absoluto de los vacíos. A la más voraz de las insatisfacciones.
En lo fugaz de una mirada al pasar, hay quien solo ve en mí un cuerpo con ruedas que invita a sentirse algo más afortunado por un instante. Es curioso, hay ocasiones en las que, mirando el mundo desde aquí abajo, siento, -¡qué locura!-, que el afortunado soy yo.
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