Se miró seriamente unos minutos, observando sus facciones con detalle, para por fin ponerse a hacer morisquetas delante del espejo, por lo general en silencio, de vez en cuando añadiendo un irreprimible sonido gutural. Así, se vio sucesivamente con cara de mono, de gnomo burlón, de viejo dolorido, de malo malísimo, de tonto, de mucho más tonto, y así más y más... Llevaba media hora ensayando expresiones diferentes y no parecía estar dispuesto a abandonar, evidentemente obsesionado por hacerlo cada vez mejor y conseguir las expresiones más novedosas y extrañas que pudiera... Parecía disponer de un arcón lleno de máscaras, plausiblemente infinitas, que se sucedían en el reflejo las unas a las otras para volver a mutar y mutar sin límite previsible. El espejo había comenzado a hastiarse, a desear detener de una vez por todas esa secuencia que se veía forzado a reflejar a pesar suyo con un creciente dolor de las mandíbulas. Le habría gustado poder gritarle “¡Basta!” al otro, al idiota que se había plantado delante de él y que ya empezaba a creer que no era el mismo a causa de los cambios. Le habría gustado, al menos, devolverle una expresión desesperada, de rechazo... o de súplica... Pero no disponía de gestos propios, de una autonomía que se lo permitiese. De repente, en el límite de la paciencia, y antes de que se perdiera aquella pose, ciertamente apropiada, tomó en préstamo el rostro terrible que el otro le obligaba a reproducir y, extendiendo las fauces abiertas del reflejo, se lo tragó de un bocado.
2 comentarios:
Ingenioso y brutal final.
Gracias, Cybrghost, espero volver a provocar comentarios como el tuyo en tí y en algunos lectores más por los que vale la pena colaborar con estos sitios de difusión tan amables, gracias de nuevo, muy alentador.
Un abrazo,
Carlos.
(será un placer si me buscas y encuentras en FB...)
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