viernes, 27 de marzo de 2009

ESTER RODRÍGUEZ CABRALES

¿No me oyes morir?
por Esther Rodríguez

Es mentira que yo le amara, madre. Es mentira. Ahora me atrevo a admitirlo. Si le amé fue más por costumbre y abnegación que por amor. El día que me desposó, ni si quiera supo hacerme sentir mujer. Para él no era más que una muñeca rota que se dejaba hacer. Tanta ilusión le había puesto a aquella eterna espera, que la decepción me dejó cierto rescoldo a tormento. Me folló con violencia exacerbada. No vibré con las sacudidas, ni grité como tantas veces había imaginado que haría. Y si lo hice, fue por dolor. Sus embestidas sólo me llenaron de un desprecio líquido, de una tristeza destinada al más oscuro y profundo pozo. Pero aún no le había dejado de amar y pensaba que la hiel que vertía en mí era dulce almíbar que pronto germinaría en mi vientre. La exhalación rancia que me vomitó cuando se desplomó sobre mí sonó a aborrecimiento antiguo, pero yo soñé con acunar un niño en mis brazos, aunque éste fuera hijo del mismísimo demonio.

Luego vinieron los golpes. La primera vez que dejó marcados sus cinco dedos en mi cara, comprendí que era él quien mandaba en casa, que para eso era él quien traía el dinero, y jamás me atreví a contradecirle. Durante años renuncié a arreglarme y comencé a acumular sedimentos de miedo que anegaron mi carácter. Me volví gorda y fea aunque asustadiza como un pequeño roedor. Y así fue como el rencor me confinó a una recóndita y tenebrosa guarida oculta.

Allí, en las interminables tardes de soledad enfermiza, creí poder hablar contigo, mi madre muerta, a la que lloraba su ausencia. Te plañí y reclamé ayuda. Una clemencia que mi Dios me negaba. Sentí tus fríos y huesudos dedos acariciando mi rostro magullado. Recuerdo que mientras el gato lamía mis piernas, yo albergaba falsas esperanzas de una vida en la que él no entraba. Entonces ocurrió el milagro. Debiste llevar mis ruegos hasta la misma puerta de Dios, de los Santos y de todos los muertos que allí habitan.

Ahora es otro, madre y doy gracias a Dios. Sabrás que ahora me acompaña a comprarme ropa, a la peluquería y a tomar café. A veces flirteo con otros hombres en su presencia sin que parezca que le importe demasiado ¿o si? vete a saber, ese hermetismo me impide ver su realidad. ¿No es una lástima, madre, siendo tan fuerte como lo fue conmigo? Volvemos a las tantas de la noche, momento que aprovecho para ducharme y engalanarme. Después es su turno. Le quito a él toda la mierda que lleva encima, porque su inutilidad es tal, que raro es el día que no se caga en los pantalones. Después le doy el puré, mientras me mira con ojos piadosos, y le rebaño con la cuchara los restos de comida que le caen con desconsuelo por las comisuras, mientras le repito dulces palabras rabiosas. A veces le pinto de rojo sus labios resecos, le dejo todo el día maquillado frente al espejo y le azuzo diciéndole ¿ves que guapo estás así? Y entonces me pregunto, vuelta para adentro, qué pensará una mente como la suya estando encerrado en un cuerpo furioso como el suyo.

Sólo el rencor es capaz de esquivar mi fatal idea de abandonarle. Pero ya sabe que yo soy mujer de un solo hombre, madre, por eso estaremos juntos hasta que la muerte nos separe, que no tardará mucho, pues leo en su mirada anochecida una sempiterna pregunta ¿es que no me oyes morir?



Esther Rodríguez Cabrales,(Madrid, 1973). Soñadora desde que nació. No hay día que no escriba, a escondidas, en su cárcel-burócrata donde trabaja desde hace siglos valorando fondos de inversión. Hace un tiempo creó un blog llamado Horizontes y fantasmas en donde publica esos textos que surgen clandestinamente entre asientos contables. Es asidua de la Fundación José Hierro, lugar al que acude para leer sus textos sin sentirse culpable. Siempre que puede intenta participar en los recitales que la fundación organiza. No ha publicado ningún libro, aunque cree que, hasta los sesenta años, aún hay tiempo para hacerlo. Sin embargo, ella escribe y tiene una novela corta titulada Horizontes y fantasmas, un poemario Solsticio de infierno y un poemario infantil titulado Menudos versos exploradores. Estudiante de Filología hispánica y madre de un endiablado ángel de siete años al que considera uno de sus mejores críticos.
Blog:
http://www.diariodeesther.blogspot.com/



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