“En el pueblo había dos mudos,
y siempre estaban juntos.”
Carson McCullers,
El Corazón es un Cazador Solitario
y siempre estaban juntos.”
Carson McCullers,
El Corazón es un Cazador Solitario
Nadie sabe a ciencia cierta desde cuándo se conocían ni cuándo empezaron a compartir sus silencios. Ningún vecino se había atrevido a preguntar a los dos mudos de la casa del cerro cuál era su relación.
También había dos sordos - sordo y sorda - casados. Su relación no iba bien y a diferencia de los mudos, o a similitud, no se hablaban. Cierto día la sorda abandonó al sordo cuando este empezó a sufrir una aerofagia que solía manifestarse por las noches en la cama con el consiguiente hedor. El sordo, no se sabe bien cómo ni por qué, acabó viviendo con los dos mudos.
El día que al pueblo llegó un ciego buscando una habitación para alquilar a los vecinos no se les ocurrió otra idea que darle la dirección de la casa de los dos mudos, también ahora del sordo. Allí se presentó. El sordo le explicó las condiciones y le preguntó a los mudos si les parecía bien que el ciego se quedara. Los mudos otorgaron y el ciego deshizo las maletas.
Meses después llegó al pueblo un hombre con una enorme nariz que no tenía sentido del olfato. Decir que no podía oler no es del todo correcto. En realidad sí olía, pero todos los olores se transformaban en su nariz en olor a hierba recién cortada. Tanto el amoniaco como las rosas, la coliflor hirviendo o la gasolina le olían a hierba recién cortada. Este curioso personaje había llegado al pueblo huyendo de los tópicos y arruinado por su falta de olfato para los negocios. No explicaré cómo, pero al lector no le sorprenderá saber que acabó viviendo con los mudos, el sordo y el ciego, en una casa que ya se había convertido en objeto de todas las sornas del pueblo. El hombre de la gran nariz compartía habitación con el sordo sin ningún tipo de problema con sus ventosidades y se convirtió en uno de los miembros más útiles de la “familia”, casi sin ninguna carencia, pese a que los demás cruzaban los dedos para que no hubiera un escape de gas cando él estuviera solo en casa.
A los pocos meses, llegó un nuevo huésped, un hombre sin gusto que pasó a dormir con el ciego. El hombre sin gusto decoró la habitación de forma horrible. Como era de esperar, al ciego no le importó.
La convivencia fue feliz hasta que llego un hombre sin tacto. Después de estrechar la mano de todos con una desmesurada fuerza deshizo las maletas y sin desear las buenas noches se fue a la cama. A la mañana siguiente durante el desayuno interrogó a los mudos sobre sus razones para meter en su casa esa panda de minusválidos, al sordo le dijo que no era de extrañar que la sorda le hubiera abandonado pues sus flatulencias olían en toda la casa, al hombre de la enorme nariz le dijo que tenía suerte de su limitación, pues él mismo olía bastante mal, al ciego le hizo ver que el hombre sin gusto le había decorado la habitación de forma hortera. Sin duda demostró una gran falta de tacto con todos ellos.
En ese momento comenzó una gran discusión con recriminaciones cruzadas entre todos, el ciego gritaba, los mudos gesticulaban, el sordo no sabía dónde mirar, el hombre sin olfato no quería escuchar y el hombre sin gusto utilizaba un lenguaje soez.
Al rato, después de que el sordo pidiera silencio, todos se calmaron y votaron, decidieron separarse pues era tangible que aquella forma de vivir no tenía ningún sentido.
También había dos sordos - sordo y sorda - casados. Su relación no iba bien y a diferencia de los mudos, o a similitud, no se hablaban. Cierto día la sorda abandonó al sordo cuando este empezó a sufrir una aerofagia que solía manifestarse por las noches en la cama con el consiguiente hedor. El sordo, no se sabe bien cómo ni por qué, acabó viviendo con los dos mudos.
El día que al pueblo llegó un ciego buscando una habitación para alquilar a los vecinos no se les ocurrió otra idea que darle la dirección de la casa de los dos mudos, también ahora del sordo. Allí se presentó. El sordo le explicó las condiciones y le preguntó a los mudos si les parecía bien que el ciego se quedara. Los mudos otorgaron y el ciego deshizo las maletas.
Meses después llegó al pueblo un hombre con una enorme nariz que no tenía sentido del olfato. Decir que no podía oler no es del todo correcto. En realidad sí olía, pero todos los olores se transformaban en su nariz en olor a hierba recién cortada. Tanto el amoniaco como las rosas, la coliflor hirviendo o la gasolina le olían a hierba recién cortada. Este curioso personaje había llegado al pueblo huyendo de los tópicos y arruinado por su falta de olfato para los negocios. No explicaré cómo, pero al lector no le sorprenderá saber que acabó viviendo con los mudos, el sordo y el ciego, en una casa que ya se había convertido en objeto de todas las sornas del pueblo. El hombre de la gran nariz compartía habitación con el sordo sin ningún tipo de problema con sus ventosidades y se convirtió en uno de los miembros más útiles de la “familia”, casi sin ninguna carencia, pese a que los demás cruzaban los dedos para que no hubiera un escape de gas cando él estuviera solo en casa.
A los pocos meses, llegó un nuevo huésped, un hombre sin gusto que pasó a dormir con el ciego. El hombre sin gusto decoró la habitación de forma horrible. Como era de esperar, al ciego no le importó.
La convivencia fue feliz hasta que llego un hombre sin tacto. Después de estrechar la mano de todos con una desmesurada fuerza deshizo las maletas y sin desear las buenas noches se fue a la cama. A la mañana siguiente durante el desayuno interrogó a los mudos sobre sus razones para meter en su casa esa panda de minusválidos, al sordo le dijo que no era de extrañar que la sorda le hubiera abandonado pues sus flatulencias olían en toda la casa, al hombre de la enorme nariz le dijo que tenía suerte de su limitación, pues él mismo olía bastante mal, al ciego le hizo ver que el hombre sin gusto le había decorado la habitación de forma hortera. Sin duda demostró una gran falta de tacto con todos ellos.
En ese momento comenzó una gran discusión con recriminaciones cruzadas entre todos, el ciego gritaba, los mudos gesticulaban, el sordo no sabía dónde mirar, el hombre sin olfato no quería escuchar y el hombre sin gusto utilizaba un lenguaje soez.
Al rato, después de que el sordo pidiera silencio, todos se calmaron y votaron, decidieron separarse pues era tangible que aquella forma de vivir no tenía ningún sentido.
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