Dice un proverbio de Chimplandhú (lo sabe tan bien como su himno cualquier chimplandhiota):
“Cuando un niño rompe algo, es capaz de inventarse una historia tan fabulosa, que le disculpa de cualquier castigo. Lo único que merece por haber hecho ambas cosas, es que le cuentes otra historia igual de fantástica, sobre por qué ese objeto era tan valioso para ti”.
Chimplandhú es un islote (para quien no lo sepa), de cuyo archipiélago no recuerdo el nombre; por estar siempre distraído en las clases de geografía.
Viéndolo desde el mar nadie diría que está habitado, pero lo está. Vaya que si lo está.
Lo cierto es que la única ciudad, escondida en el cráter del único volcán (no es un volcán muy grande), que corona la única montaña de está pequeña isla, está construida sin la seguridad de que dicho volcán sea inactivo. Así que cada vez que a un chimplandhiota le suenan las tripas, o expele alguna ventosidad por culpa del plato nacional (a base de legumbres y coliflor que crecen en esas pequeñas laderas volcánicas), el resto de compatriotas creen estar ante los últimos instantes de sus vidas y se entregan al libertinaje y al desenfreno.
Pero no crean ustedes que todo allí es fiesta carnal y regocijo… Chimplandhú es un estado soberano autoritario y monárquico, y, como tal, tiene su rey.
Sin embargo, como la ciudad, Chimplandhiópolis, tiene apenas media docena de casas y está habitada por seis ciudadanos, el rey se ve obligado a hacer también de: cartero, pregonero, sereno y correveidile. Y aunque por ello no se le caen los anillos (que para eso es el rey), las joyas incrustadas en ellos son tan grandes, que le dificultan coger los sobres de la saca del reparto; motivo por el que el correo siempre llega con retraso en Chimplandhú.
Todas las tardes, no siempre a la misma hora, se iza la bandera a toda pompa y jabón (improvisada con alguna prenda colorida y todavía húmeda) y se canta el himno; que cada uno de los seis chimplandhiotas inventa según su estado de ánimo.
Tal capacidad creativa, hace que todo acto parezca bastante informal; y siempre que algún periodista, de esos malintencionados, le ha preguntado al rey: “¿Por qué no impone el estado marcial?”; éste siempre responde: que el día que él ordenase a un chimplandhiota hacer lo que no quiere, dejaría de ser el rey de Chimplandhú (cargo, por otra parte, al que se accede de forma totalmente democrática).
Para terminar, me gustaría decir que en Chimplandhú, actualmente, no hay ninguna religión oficial; porque la única que hubo hace tiempo, pertenecía a uno de los estados vecinos; en el que adoraban al dios del fuego y hacían sacrificios a las entrañas del volcán. Se dice que los habitantes de Chimplandhú son descendientes directos de aquellos que fueron arrojados al cráter. Hay, incluso, quien asegura que se trata de ellos mismos, por ser tan longevos como son y el cráter tan pequeño como es.
Así que, si alguna vez va usted a Chimplandhú y no se pierde por el camino, déles muchos recuerdos de mi parte.
Texto e ilustración:
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