Ya hace un tiempo, en un lugar de los innumerables que hay sobre la tierra (un lugar sin distingo), un sujeto de muchos otros, acaso buscando distracción, cogió un trozo de arcilla y de esta hizo la figura de un hombre. Claro que esto no sucedió a si no más, lo cierto es que le tomó tiempo, digamos que una sucesión de lapsos indeterminados. No se sabe si consiguió la anhelada distracción, si es que era esto lo que buscaba…, en todo caso la figura estaba allí, erguida sobre el suelo. Se quedó contemplando al pequeño hombre agrisado, y supo que no se trataba de una figura vulgar, entre la masa que conformaba la cabeza fue descubriendo, rasgo a rasgo, un rostro; si, un rostro como el suyo, y sin embargo desemejante. Se preguntaba, ahora que lo veía claramente, de donde había surgido, ¿de su imaginación? Pero no recordaba haber imaginado un rostro…
Cada vez que examinaba la figura encontraba algo nuevo: un pliegue a la altura del cuello, una mancha sobre el pecho, una cicatriz en el vientre, incontables lineas en la palma de la mano… Presentía que en algún momento la figura articularía un movimiento, produciría con los órganos que seguro medraban en su interior alguna sustancia primordial, y por ultimo, de su boca una voz grave surgiría. Supo entonces que esta figura terminaría haciendo otra figura, y que esta otra haría otra que seguramente terminaría haciendo lo mismo, y así indefinidamente. Esto era algo que no podía soportar, la idea de que un gesto suyo se desprendiera y multiplicara para terminar convirtiéndose en quien sabe que… De un solo golpe aplasto a la figura. Bajo su mano solo quedo una masa informe y agrisada, y sobre esta, la incontestable huella de su mano.
Texto e ilustración: Marian Alefes Silva
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