lunes, 26 de diciembre de 2011

Los ojos negros X- Pedro Antonio de Alarcón





-¿Qué es el MAELSTROOM? -preguntó un grumete muy joven al más viejo marino del buque de Magno de Kimi.

-El MAELSTROOM... -respondió tristemente el anciano- es un remolino del mar, un sumidero de la tierra, un abismo sin fondo, una sepultura abierta por Dios a todos los navegantes en esta parte del Océano. El MAELSTROOM es para un buque lo que la culebra boa para el pájaro: ¡lo mira, lo atrae, lo devora! ¡Es un monstruo que nos enseña ya los dientes, que nos abre ya sus fauces, y que dentro de pocos minutos nos habrá tragado! ¿No lo oyes rugir? Inútiles son las velas, inútil el timón, inútil el remo... ¡Todo es inútil! Ponte de rodillas como yo y reza..., ¡porque el MAELSTROOM es la muerte!

El grumete se precipitó al mar.

Muchos marineros de ambas embarcaciones habían hecho ya lo mismo. Otros se mataban con sus armas. Los menos animosos pedían a sus amigos que les quitasen la vida. ¡De todas las muertes, ninguna horrorizaba tanto como la de ser tragado vivo por el MAELSTROOM!

Magno y Alfonso se miraban en silencio.

Pensaban en Fœdora.

El remolino mugía cada vez con más fuerza... La tempestad había callado... La atracción del sumidero se sobreponía al ímpetu del huracán... El viento parecía allí esclavo del agua.

La mar, negra, tersa, muda, semejante a dura lámina de plomo, formaba una especie de plano inclinado, sobre el cual se deslizaban los dos buques con espantosa velocidad, pegados el uno al otro por la propia fuerza de la corriente.

Aún distaba una legua del oculto abismo; pero no podían tardar ni cuatro minutos en llegar a él.

Los dos nobles, animados de súbito e idéntico pensamiento, arrojaron las hachas lejos de sí, se dieron la mano con solemne religiosidad, y, avanzando unidos a la proa del Finisterre, aguardaron allí la tremenda catástrofe.

Pronto crujieron ambos buques, deshaciéndose el uno contra el otro, comprimidos por la atracción... Abrazáronse entonces ferozmente Alfonso y Magno, como para asegurarse cada uno de que su rival no podría sobrevivirle ni volver a ver a Fœdora..., y un minuto después, los dos enemigos, sesenta hombres más y los destrozados restos del Thor y del Finisterre, una suprema explosión de oraciones, gemidos y blasfemias; todo..., todo se hundió para siempre en aquella espantable sima, apenas señalada los días serenos por una movible corona de leve espuma.


GUADIX, 1883.


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