Comenzó la primavera en la isla de Loppen. Rompiéronse las cadenas de hielo que tenían amarrado al mar al pie del castillo. Tornaron las aves a aquel cielo. Fluyeron los arroyos. Crecieron fresales en la ablandada nieve.
Magno de Kimi se presentó a su esposa, a quien no había vuelto a ver, y le habló en estos términos:
-No me he atrevido a matarte hasta hoy porque estás criando a tu hijo. Y no he matado a tu hijo porque debo esperar para ello a que sea hombre y pueda defenderse. ¡No en vano soy noble! ¡En algo se han de diferenciar mis acciones de las tuyas! ¡Tú has manchado el nombre que heredaste y el que yo te di!... ¡Yo no debo manchar el mío! Me dispongo a partir en busca de tu cómplice, a quien mataré si Dios no me niega su ayuda. Ni uno solo de nuestros servidores quedará en esta morada... A todos me los llevo en mi bergantín. Te dejo, pues, aquí sola con tu hijo. Clavaré las puertas de hierro que comunican con el exterior y cortaré el puente que une este escollo con la isla de Loppen, de modo y forma que nadie podrá entrar en tu auxilio, ni tú podrás salir a demandarlo. Tienes a tu disposición víveres para seis meses. Si al cabo de ellos no he venido, será señal de que he muerto, y entonces tú y tu hijo moriréis de hambre... Mas si logro volver, te daré a elegir muerte.
Fœdora estrechó al corazón a su hijo y no respondió una palabra.
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